Opinión

Con mi bebé

El pasado martes, un grupo de antiguos alumnos del colegio nos reunimos para reencontrarnos. En un principio, rechacé la convocatoria con hondo pesar. Debía cuidar a mi bebé, que es un niño, porque tiene más patucos azules que rosas. Como soy mucho más moderno y guay superguay de lo que cree la gente, de cuando en cuando le pongo los patucos rosas, y entonces mi bebé es una niña. Tengo contratada a una cuidadora, pero no es lo mismo. Cuando mi bebé, sea niño o niña, duerme en sus brazos, no sonríe mientras le acuna, en tanto que entre los míos, no sólo sonríe sino que me habla con su «ajó, ajó». Fueron mis viejos compañeros de clase los que me brindaron la idea. «Lleva al bebé a la comida, te grabamos un vídeo improvisado y tendrás ese recuerdo para lo que te queda de vida». Y les hice caso. Fue emocionante, porque terminaba de cumplir años y esos detalles se agradecen.

A mi bebé le sucede lo que a los mirlos. Que unos días es mirlo y otros, mirla. Es lo moderno, lo actual y lo inclusivo. Sucedió en la Feria del Puerto de Santa María. Un vendedor de mirlos pregonaba su mercancía y oferta. «¡Los mejores mirlos de Andalucía, las mejores mirlas de Andalucía, los mirlos a seis euros, las mirlas a seis euros, que aquí no discriminamos si son mirlos o mirlas!». Y se acercó un cliente. Quería una mirla. El vendedor hurgó en la jaula, y agarró con suavidad a un pájaro. «Mire qué maravilla de mirla». El comprador, que a la vista no sabía distinguir los mirlos de las mirlas, porque en nada se distinguen a ojeada inexperta, preguntó al vendedor. «¿ En qué se diferencia la mirla del mirlo?»; «muy fácil señor. Se trata de una prueba científica. Usted elige al pájaro. Lo toma entre sus manos, y con mucho cuidado, le acaricia el buche, muy suavemente, a favor de las plumas, de arriba hacia abajo. Si el pájaro se pone contento, es un mirlo. Y si se muestra contenta, es una mirla».

Con mi bebé, más o menos, me sucede lo mismo. Si le pongo los patucos azules, es un niño, si se los pongo rosas, es una niña, si multicolores, gay, si morados, transexual, si verdes, ecologistas, y si rojos, descontentos con su género. Y tengo patucos con todos los colores del arcoíris. Pero aquel día, como se trataba de una reunión de antiguos alumnos, llevé a mi bebé con los patucos azules, y al entrar en el gran comedor, todos mis viejos compañeros rompieron en un aplauso improvisado, mientras dos de ellos grababan un vídeo con el bebé en mis brazos, al que besé repetidas veces como se besa cuando te graban con un bebé en tu propio despacho, con toda naturalidad. La emoción de la sorpresa fue indescriptible, y es que mis viejos compañeros tienen unos detalles humanos de muy complicada superación. Lo más emocionante, la sorpresa. Podía haber dejado a mi bebé con la cuidadora en mi casita de Galapagar, pero mis compañeros se habrían sentido heridos y decepcionados. Creo que experimenté los momentos más felices de mi vida.

Porque yo, de mi bebé, soy simultáneamente el padre y la madre, y algún día, también el tío o la tía, por no decir que el abuelo y la abuela. Cuando me acoplo al modo abuela, le pongo los patucos rosas, que son preciosos. Lo que no he conseguido aún es que me suba la leche, pero todo se andará. Mi cuidadora, que es mucho mejor que otra que tuve y me demandó, me ha dicho que si me lo propongo de verdad, en unas semanas me subirá la leche materna aunque mis pechos sean masculinos. Y lo voy a intentar, para que me hagan otro vídeo mis amigos, igualmente improvisado y por sorpresa, dándole la teta a mi niño o niña, según sean los patucos.

Ya está bien de mantenerse en los tiempos pasados y fascistas donde los bebés se quedaban en casa mientras sus padres acudían al trabajo. Pero, para ello, para no obstaculizar su ánimo durante el crecimiento, es fundamental tener patucos de todos los colores. Qué jornada más feliz e improvisada. Carne de gallina.