Opinión

El veneno del odio

Te das cuenta de que el mundo se va a la mierda cuando un niño de 9 años le dice a su madre que quiere morirse por el acoso escolar que está sufriendo a causa de su enfermedad, la acondroplasia. La madre grabó un vídeo de su hijo Quaden mientras le hacía esta devastadora confesión para compartirlo en redes y que todo el mundo se concienciara de la realidad que estaba viviendo su pequeño y, como él, muchos niños que, aunque no se lo confiesen a sus progenitores, tienen la misma desesperación vital. Ha sucedido en Australia pero sucede en cualquier rincón del mundo. Sabíamos que el odio no tiene nacionalidad ni ideología ni religión ni raza ni género; ahora sabemos que tampoco tiene edad. El bullying es esencialmente odio, maldad y abuso. Cuando quien lo ejerce crece, la semilla del odio crece con él. Es una bomba de relojería que termina explotándonos en la cara. Tras la matanza de Hanau hace unos días, Ángela Merkel hablaba del veneno del odio latente en la sociedad. No es nuevo. Se acaba de publicar la conferencia «Rasgos del nuevo radicalismo de derecha» que ofreció el filósofo alemán de origen judío, Theodor W. Adorno, en la Universidad de Viena en 1967, después del éxito electoral del partido neonazi alemán NPD, 20 años después del final de la Segunda Guerra Mundial. Leerlo es tan necesario como interesante. La cultura es la solución de los grandes males de la humanidad. También el deporte, a tenor por la felicidad de Quaden cuando el sábado salió al campo liderando a su equipo de rugby favorito, el Indigenous All Stars. Bien por Quaden.