
Opinión
Santoña o el Puerto
El amable vicepresidente por cuota bolivariana de esta gamberrada que tenemos por Gobierno, se ha quitado el disfraz. Ha amenazado a los que él denomina «amigos de las cloacas», los escritores y periodistas críticos. «Nuestra democracia será mejor cuando los responsables políticos, policiales y mediáticos de la cloaca estén donde tienen que estar. En la cárcel». Apenas lleva dos meses en el poder y ya está soñando con las checas, los jurados populares y menos mal que aún no se ha atrevido a elogiar la eficacia comunista en Paracuellos del Jarama. Escribí un año atrás, cuando Sánchez le ganó al añorado pasmado la Moción de Censura, que mi centro penitenciario favorito para ser encerrado como «amigo de las cloacas» no es otro que el Penal de Santoña. Desde alguna de las celdas se puede contemplar el maravilloso paisaje de sus marismas, y si el viento que impera es el noroeste, llega hasta el establecimiento el aroma de las anchoas enlatadas en sus fábricas de conservas, las mejores de España, si bien en Galicia, Asturias y las Vascongadas existan marcas de insuperable calidad. Pero Santoña, en la anchoa, ocupa la más alta cumbre de la especialidad. No obstante, últimamente, por aquello de mis melancolías cuarteronas, no descarto solicitar mi estancia carcelaria en el Puerto de Santa María, aunque los nuevos edificios que han sustituido al antiguo penal, hoy reconvertido en lo que fue antaño, un prodigioso monasterio, no se ubican en la costa, sino en la carretera que une el Puerto con Sanlúcar, en una zona que no es ni chicha ni limoná, ni mar Atlántico ni pinar de la arboleda perdida de Rafael Alberti, pinar de los Osborne, tan visitado para descansar de sus deberes colegiales por Juan Ramón Jiménez, Fernando Villalón, Pedro Muñoz-Seca y el propio Rafael, el marinero en tierra, tan grandioso poeta como inalcanzable mala persona. Si Iglesias, que será el encargado de señalar a los políticos, jueces, fiscales, policías y escritores adversos a sus mañas, fuera persona misericordiosa, mi petición sería la de pasar seis meses en el Puerto y el resto del año en Santoña. En el Puerto de noviembre al florido abril, y en Santoña del renovado mayo hasta la muerte de octubre. Pero no creo que fuera satisfecha mi solicitud, porque a los amigos de las cloacas hay que eliminarlos, no atenderlos. La única ventaja que conlleva ser amigo de las cloacas es la de no coincidir en las cárceles habilitadas para ser ocupadas por semejante gentuza, con Ferreras, Ana Pastor, el Wayomin ése, la señorita Fallarás, la señora Beni o Fernando Ónega, que al fin, por fin, finalmente, se ha arrepentido de ser el Jefe de Prensa de la Guardia de Franco, singular firma de «Arriba» y tertuliano de Protagonistas en Onda Cero y la COPE con Luis Del Olmo para abrazar sus verdaderos sentimientos. La ventaja no es poca cosa. El nuevo Carrillo –no lo escribo con intención peyorativa porque Carrillo algo bueno habrá hecho para tener una calle con su nombre en Madrid–, le debe todo o casi todo a las cadenas de televisión y emisoras de radio establecidas en ideologías liberales y conservadoras, que libremente le han dedicado centenares de horas para promocionarlo. Sucede que esta gente no sabe agradecer los favores prestados, y Pablo Iglesias parece haberlos olvidado desde sus palabras pronunciadas el pasado domingo: «Hoy podemos sonreír y decir que no han alcanzado sus objetivos todos los aparatos del Estado y sus brazos mediáticos, trabajando para que no entrásemos en el Gobierno, y hoy les decimos: Queridos amigos de las cloacas, estamos en el Gobierno». Podría haber añadido a su contundente exclamación: «Sí, queridos amigos de las cloacas. Estamos en el Gobierno porque un zumbado nos ha dado lo que nos negaron los votos de los españoles».
Federico Jiménez Losantos, según me informan, ha elegido la cárcel de Teruel, y Carlos Herrera la de Sevilla. No se las recomiendo. En la de Teruel los amigos de las cloacas se congelan, y en la de Sevilla, de abril hacia arriba, se fríen. Abel Hernández ha optado por apuntarse en la lista de espera de la prisión de Soria, Ventoso en la de La Coruña, y Antonio Burgos, como Carlos Herrera en la de Sevilla. El Director de «El Mundo», Francisco Rosell, duda entre Sevilla y Meco, y el de «La Razón», Francisco Marhuenda, confía en quien ha debatido con él en tantas ocasiones, pero yo le recomiendo menos optimismo. Zaragüeta, decididamente, ha elegido Valencia, como Cristina Seguí. Boadella, Barcelona, y Eduardo Inda, Soto del Real. Girauta, Burgos, y Espada, Ciudad Real. Rodriguez Braun, Málaga. Lástima que no nos pongamos de acuerdo, porque entre celda de castigo y prohibición de patio de recreo, lo pasaríamos bastante bien. No me invento nada. Me limito a comentar el posible porvenir que nos ha anunciado, sin prudencia, el vicepresidente sin votos de los españoles. No pido piedad, sino equlibrio emocional durante mi cautiverio. Mitad Santoña, mitad Puerto, Puerto de, Puerto de Santa María.
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