Opinión
Simón en el desierto
El capítulo uno del manual de comunicación política en casos de crisis dice que la primera reacción tiene que quedar en manos de los especialistas. La presencia del técnico permite ganar tiempo, generar confianza para aplazar el lógico enfado con los dirigentes y circunscribir la cuestión a un ámbito determinado ya sea sanitario, gestión de la emergencia, atención y cuidados de heridos etc. Ahora que andamos pendientes del coronavirus no está de más recordar como Ana Mato, ex ministra de Sanidad, sobrevivió durante años a un jaguar suelto en su garaje pero sucumbió ante el ébola. Entonces conocimos a Fernando Simón, el Director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias. Un experto entusiasta, excelente comunicador, disciplinado y con la osadía de quien ha estado en circunstancias vitales complicadas en el ejercicio de su vocación. Un hombre que nos da tranquilidad porque habla de los virus con conocimiento y prudencia. Simón ha ahorrado el sufrimiento al ministro Illa, licenciado en filosofía, que no ha podido ni debe salir de la letanía del «estamos preparados y el sistema sanitario español es de los mejores del mundo». Pese al hieratismo fingido en sus limitadas comparecencias públicas uno se le imagina con un caudal salino por la espalda hasta donde pierde nombre y ensancha el caudal, con el final del aparato digestivo inaccesible y a los moradores de la bolsa escrotal de excursión por la glotis. Lo que ocurre es que la función informativa de Simón no puede llegar a las decisiones políticas y administrativas. La expansión exponencial del coronavirus necesita otras medidas y otras explicaciones. Los focos de Torrejón y Vitoria preocupan. Si hay que restringir actos públicos, suspender clases, clausurar establecimientos o poner en cuarentena lugares la cuestión va más allá del parte diario. No se puede esconder detrás del experto durante semanas un Gobierno entero ante una crisis que tiene derivadas sanitarias, económicas y de orden público, por resumir. La semana pasada estuvieron por aquí los que cuando estábamos en lo más duro de la crisis financiera eran los «hombres de negro» y ahora ni nos cuentan que vienen. Los del FMI están preocupados y ya ha dicho su directora que llegan los recortes en las previsiones. La posibilidad de que la expansión del coronavirus, del miedo o de las medidas preventivas afecte a las cadenas de producción, al tránsito de personas y por tanto al turismo es una realidad más o menos inmediata. Que, al menos en este primer semestre, vamos a crecer menos de lo previsto y países debilitados como Italia van a volver a la recesión es un escenario que está ahí y que nadie nos ha contado. Necesitamos un Gobierno que nos diga la verdad de lo que tenemos y lo que nos espera.
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