Opinión
Recuperar la iniciativa
Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, dejaría escrito a comienzos del XVI: «no acostumbro combatir cuando a mis enemigos se les antoja, sino cuando la ocasión y las circunstancias lo piden; así, esperarán a que mis soldados tengan tiempo de herrar sus caballos y limpiar sus armas». En otras palabras y en siglo más cercano Mao Tse-tung nos enseñaba: «si el enemigo avanza, nosotros retrocedemos; el enemigo acampa, merodeamos; el enemigo se cansa, atacamos; el enemigo retrocede, acosamos». Ambos, valoraban la iniciativa, cuando esta y una de sus hijas, la sorpresa, son elementos fundamentales para comprender el fenómeno guerra, muy especialmente cuando tratamos la guerra subversiva, el proceso general de descomposición de una sociedad buscando premeditadamente dejarla inerme ante el empuje de una minoría radicalizada que pretende romper un orden constituido.
Tengo claro que el objetivo de los separatistas es el de demoler la arquitectura constitucional del 78, con vistas a crear una suerte de confederación de soberanías compartidas.
Los reglamentos de los ejércitos destacan la iniciativa y la sorpresa como esenciales formas de la acción. Se trata de «obligar a combatir al enemigo en el lugar o momento para el inesperados o en emplear medios o procedimientos por el desconocidos» (Doctrina D-0-0-1). Nuestras Reales Ordenanzas incluyen este concepto de iniciativa en cuatro de sus artículos, que relaciona con la disciplina intelectual, esencial en un líder, en un jefe.
Acudo a estos conceptos cuando constato las palabras pronunciadas en Perpiñán el pasado sábado: «llamamiento a la lucha final», invocando «mantener un estado de movilización permanente contra el Estado», excitando a «preparar la lucha definitiva» y «recuperar la violencia de las protestas» ante «el engaño de contraponer diálogo a independencia», para finalizar «aplaudiendo a los que ganaron la batalla de Urquinaona» en clara referencia a las violentas manifestaciones frente a la sede de la Policía Nacional en Barcelona.
«Movilización», «lucha», «batalla», «violencia». ¿Extraña querido lector, que cite a Mao o al Gran Capitán tras esta declaración de guerra? ¿Nos extraña que una Francia cobarde les arrope? ¿Nos hemos olvidado de los apoyos que encontró ETA durante décadas? ¿Tiene algo de similitud el Perpiñán del sábado con la Bayona de los ochenta? ¿Se imaginan un acto semejante en Jaca, con su alcalde a la cabeza, organizado por separatistas corsos que habitualmente tildan a Francia de asesina?¿Permite la Carta Europea socavar la soberanía de un Estado desde un país vecino? Ya sé lo que me dirán: libertad de expresión y de circulación de personas e ideas; la Declaración Universal de Derechos; inmunidad parlamentaria. ¡Derechos! ¿Dónde quedan los deberes de leal vecindad? También me dirán que se lo preguntemos a Alemania o a Bélgica.
Declarada la guerra, constatado el haber ido a rastras de los acontecimientos desde hace décadas, especialmente desde aquella gran manifestación independentista de 2010 auspiciada por un tibio y acomplejado Montilla –curiosamente del PSC– hasta los 100.000 hijos de Puigdemont peregrinos en Perpiñán, con sorpresas tan espectaculares como la aparición de urnas un 1-O, la mayoría custodiadas en Francia como ahora se ha confirmado, es fundamental recuperar la iniciativa en España y en Europa. No basta que el alcalde Jean-Marc Pujol, a un mes de unas elecciones municipales, confesase que Puigdemont «había ido demasiado lejos». Olvidaba que el día anterior había posado con él ante el libro de oro de la municipalidad o distinguiéndole con al saque de honor en un partido de rugby.
Vistosas las reglamentarias bandas tricolores de los munícipes franceses. Imagino lo que pasaría aquí si una gran banda roja y gualda fuese el distintivo obligatorio de los cargos públicos.
El Estado tiene medios humanos y materiales suficientes para recuperar la iniciativa. Supo encontrarlos en su guerra contra ETA. Y sin quitar méritos –entre ellos el de un Ministro del Interior francés que anda entre nosotros y que ha denunciado valientemente a Jean-Marc Pujol– recuperó la iniciativa cuando se infiltró en la organización asesina rompiendo sus lazos de confianza, descomponiendo unas estructuras apoyadas en el fanatismo de unos y la farisea e interesada condescendencia de otros.
No debe desanimarse al Poder Judicial ante el giro de la trabajada sentencia del 1-O, desmantelada por un simple y manipulado reglamento penitenciario. No deben decaer los trabajos del CNI, ni el de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad. Debe activarse seriamente nuestra diplomacia y la Hacienda Pública.
No deben rendirse los ciudadanos de Cataluña que creen en la «convivencia compartida» antes de que los marquen, como a los judíos del «guetto» de Varsovia, con una estrella tatuada, por supuesto amarilla.
«Si quieres la paz, conoce la guerra» nos señalaba Gastón Bouthoul el padre de la Polemología.
¡Ya conocemos de sobra su guerra!
Solo es cuestión –y se puede– de recuperar la iniciativa.
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