Opinión

Utoya

22 de Julio de 2011. «Estamos en una isla. Es el lugar más seguro del mundo», le decía por teléfono a su madre una de las jóvenes presentes en el campamento de verano organizado por la Liga Juvenil del Partido Laborista noruego en la isla de Utoya, a 40 km de Oslo, donde dos horas antes había explotado un coche bomba. «El lugar más seguro del mundo». No existe ese lugar, a no ser que sea una persona y no siempre es una posibilidad factible. «No me gusta estar tan lejos de todo», comentaba otro joven . El «todo» viaja a la velocidad de un virus, como el miedo y el pánico. Empezaron a escucharse disparos. Amigos y compañeros corriendo de un lado a otro. «¿Qué está pasando ahí fuera?». No había donde esconderse. Es una recreación del ataque terrorista sucedido en Noruega hace 9 años reflejada en la película «Utoya». 79 minutos duró el asalto. Murieron 77 personas. 99 fueron heridas graves. Más de 300 sufrirán traumas psicológicos de por vida. Hubo quien se atrevió a hablar de «caso aislado». El odio, cual virus, no se puede considerar nunca un caso aislado; necesita de un nutrido acompañamiento para extenderse. El autor, un hombre de extrema derecha de 32 años, fue condenado a 21 años de cárcel, en una celda con televisión y gimnasio. Juró que volvería a hacerlo. Según la Comisión del 22 de julio, el atentado en Oslo podría haberse evitado; las autoridades fallaron, como los servicios de emergencia en Utoya. Ese día erraron todos menos el asesino; eso sí es un caso aislado. Por ver con las cosas con perspectiva y cierto paralelismo.