Opinión

El regreso

Han vuelto a escucharse los ladridos de los perros como si el sonido saliera de un bafle colocado en la calle. Y el motor de un solitario coche que antes se perdía en la marabunta del atasco. Han vuelto a escucharse las campanas de una iglesia, como el mecanismo del reloj que tenemos en casa y del que no teníamos noticia hasta que el tiempo, tal y como lo conocíamos, se paró. Ha vuelto a escucharse el silencio que toma forma sorda de un ruido extraño en nuestro domesticado oído. Así será nuestro regreso al mundo real, acompasado, redescubriendo sus verdaderas dimensiones, sus auténticos sabores, sus sonidos primarios; el regreso a los sentidos reales, de lo más pequeño a lo más grande. No sé lo que durará el redescubrimiento, seguramente poco; ya conocemos la rapidez con la que el ser humano se acostumbra a lo bueno y se olvida de lo que ha costado conseguirlo. Siempre hemos sido más propensos a llegar cuanto antes a puerto que a la propia Ítaca. Pero eso será también una muestra del regreso a la normalidad. Volveremos a correr, a gritar, a no observar, a chocarnos unos con otros, a debatir sobre asuntos intrascendentes, a pisar la calle sin mediar saludo, a olvidarnos de los balcones y de los vecinos, y volveremos a ver a los de siempre en la tele, de donde desaparecerán los médicos y los científicos. Volveremos a considerar la normalidad como un derecho adquirido. Ocurre en todos los viajes: volveremos a ser los mismos y regresaremos a lo de siempre, aunque no encontraremos a todos, ni todos podrán abrazarse al deseado regreso. Pero volveremos.