Opinión

Las murallas de Sanaá

Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti. Es una hoja ruta que nos dejó Friedrich Nietzsche y que seguramente elaboró después de ser observado y observar a muy distintos abismos. Y cuando eso ocurre, se produce una extraña comunión entre el que mira y el precipicio. No creo que hayamos pasado tanto tiempo como ahora asomándonos a un mismo abismo que, en pleno confinamiento, cada día adopta una forma, un color e incluso un contexto diferente. Estos días contemplamos las mismas cosas pero de diferente manera y quizá por eso nos parecen distintas. Con los ojos de hoy , el abismo adquiere otras dimensiones a las que tenía ayer. La vida, como el arte, depende de la mirada, y esta es siempre cambiante. Por eso nos parecen distintas las novelas, las películas, las fotografías y las palabras dependiendo del momento en el que llegan a nosotros, por eso nos sorprenden o nos atrapan cosas que antes pasamos por alto. En el documental «Las murallas de Sanaá» con el que el cineasta italiano Paolo Pasolini pretendía en 1971 hacer un llamamiento a la UNESCO para que declarase la ciudad de Yemen patrimonio de la humanidad, el escritor apeló a algo que nunca me sonó tan significativo porque jamás imaginé que podría sentirlo de una manera tan próxima: «La escandalosa fuerza revolucionaria del pasado». Y a ese abismo miramos ahora, al de otro tiempo ubicado en el pasado que observamos para alcanzar el futuro. Nada nuevo, aunque a nosotros nos lo parezca. Como escribió Amin Maalouf en «Las escalas de Levante», después de todo, el provenir está hecho de nostalgias, ¿de qué, si no?