Opinión
Anotando lecciones
Asumido que, como nos avanzó Ortega «cada realidad ignorada, prepara su propia venganza», nada ganamos pensando en lo que se pudo hacer en marzo o en este trágico abril que hoy termina.
Anotemos lo que nunca deberíamos volver a hacer.
- Gobierno de concentración. No tiene por qué ser un mal gobierno. Hay muchos ejemplos en la historia. Depende de si en su composición se prioriza el bien general o se prioriza el particular de los grupúsculos que lo conforman; si se piensa en estadista o se piensa en contentar a todos, aunque sean muchos. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si para ganar unas elecciones a la presidencia del Atlético de Madrid, un candidato con ganas de relevar a Cerezo se comprometiese con cada uno de los miembros de su candidatura, al banco que lo financia, al grupo Wanda y a las peñas, la posibilidad de fichar jugadores a su gusto y preferencia: «yo exijo a este chico del filial, que promete»; «yo pongo un chino que por esto pago». En nuestro caso, junto a un pequeño núcleo duro con experiencia –que debe sufrir lo suyo– convive una pléyade de recomendados sin la menor experiencia en responsabilidades de gobierno. Así nos va, reconociendo que han tenido mala suerte. Porque si ya era arriesgado un gobierno de cortar y pegar en fase de relativa bonanza económica, con la aparición de la pandemia el riesgo se ha convertido en amenaza. Quiero pensar que han pensado en cambios. Pero no se han atrevido, ignorando aquel proverbio chino: «El sabio puede sentarse en un hormiguero, pero solo el necio se quedará sentado en el».
- Portugal. En nuestro país hermano la gestión de la pandemia la ha llevado con eficacia su Ministra de Sanidad Marta Temido, con los resultados que conocemos. Tasa bajísima de contagios del 0,7% ; 928 fallecidos al escribir esta tribuna. Pero hablamos de una especialista en administración, presidenta de la Asociación Portuguesa de Administradores de Hospitales y que fue directora del Instituto de Medicina Tropical e Higiene ligado a la Universidad de Coimbra. En el diseño de un nuevo gobierno se deberá pensar más en eficacia que en ideologías y compromisos políticos.
- La coherencia personal. Deberá llegar un momento en que alguno de nuestros hombres públicos –por supuesto incluyo a las mujeres– sea capaz de decir: «Gracias, Presidente, por pensar en mí; es un honor ser ministro de España; pero no tengo ni p… idea sobre gestión sanitaria; solo soy un modesto alcalde de pueblo; reitero las gracias; un abrazo». Entiendo que es lo mismo que le diría un buen sobrecargo de Iberia a su director general, al proponerle un ascenso como comandante de Airbus 320: «Lleva usted 25 años en la compañía; tres mil ochocientas horas de vuelo; todos los informes hablan de su buen trabajo en cabina; siempre pienso en la promoción del personal; le propongo para pilotar…».
- Los sindicatos. Conozco su entronque constitucional. Bien sé que son necesarios. Pero en el futuro hay que darles vuelta y vuelta. Ha pasado desapercibido, pero lo sucedido con los liberados sanitarios es preocupante. Tanto, que ha sido noticia que un buen sindicalista gaditano haya declarado: «Soy sanitario antes que sindicalista». Consecuentemente se ha llevado todos los insultos que caben en los cobardes anónimos de las redes. Pero quede como prueba: de 710 liberados en Andalucía se han incorporado a los extraordinarios trabajos de estas semanas, 23; de los 444 de Madrid lo han hecho 147 y de los 167 de Murcia solo 4 han dado un paso al frente.
- Los uniformados. Al ministro Acebes se le reprochó no haber dejado que su Jefe de la Policía explicase lo que se vivió inicialmente el 11-M, máxime cuando parte de la misma Policía jugaba con cartas marcadas. Y cargó con todas las incertidumbres y responsabilidades. Ahora las responsabilidades han sido políticas. Sin ser malas las puntuales intervenciones de uniformados, el formar parte del diario decorado gubernamental, ha sido negativo. Las declaraciones del general Santiago, la prueba del algodón. Sin poder generalizar, pero conociendo la forma de ser de los miembros de las Fuerzas Armadas, son más los partidarios del «ni pedir ni rehusar» que en versión cristiana sería el «que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda», que los amantes de las portadas y las encuestas de opinión.
- Dimisiones. No deberían verse como fracasos, sino como muestras de honestidad personal. No pierde la persona que no se siente capaz de servir, al dejar su puesto a otro. Basta que en conciencia priorice la idea del bien general sobre el particular.
Añado, preocupado, una última reflexión: dudo sobre si realmente parte de nuestra clase política quiere anotar las lecciones aprendidas.
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