Fotografía
La foto, cien años después
Me encuentro estos días la imagen de Carmen Calvo, doliente y arropada, en el Congreso y pienso, sin que medie voluntad alguna y por este orden, en E.T. enmantado en la cesta de la bicicleta de Elliot, en bebés chinos envueltos en arrullos como si fueran orugas y en el libro “Evidence”, de Larry Sultan y Mike Mandel.
“Evidence” es uno de mis libros de fotografía favoritos y un clasicazo de los photobooks que supuso un zarandeo a la fotografía documental. ¿Por qué? Pues porque cuestionaba precisamente aquello en lo que se basaba: la objetividad de la imagen, su veracidad como evidencia.
A lo Sophia Petrillo lo cuento:
Estados Unidos, 1977. Los fotógrafos Sultan y Mandel publican “Evidence”, tras dedicarse durante dos años a examinar minuciosamente los archivos de la Policía de Los Ángeles, el Departamento de Interior de los Estados Unidos y el Instituto de Investigación de Stanford, entre otras muchas instituciones, corporaciones y agencias gubernamentales. Casi nada.
De entre esos miles de fotogramas puramente objetivos, cuyo fin último era el de servir como prueba, como instrumento de transmisión de una certeza inapelable, Larry Sultan y Mike Mandel realizaron una personal selección de instantáneas. Casi como si de un reto al concepto clásico de la fotografía documental se tratara, escrutaron las fotografías y las seleccionaron prescindiendo absolutamente de su contexto y basándose en criterios puramente subjetivos, casi diría que exclusivamente estéticos, creando una nueva secuencia y otorgándole un nuevo significado, confrontando veracidad y verosimilitud, y cuestionando la validez absoluta o el peso objetivo de una imagen por sí misma.
Y es curioso, porque a nosotros también nos han robado el contexto. El virus que nos acecha y que nos mantiene confinados es una amenaza invisible, como si fuésemos los protagonistas de alguna película de M. Night Shyamalan y no fuese necesario más que como MacGuffin para permanecer atemorizados y sumisos lo que dure el metraje. Un peligro incorpóreo que deja muertos que no vemos. Los fallecidos se han convertido en un número de cinco cifras acompañando una gráfica, solo eso. Una mancha de tinta, un conjunto de píxeles, que representa algo a lo que no ponemos rostro, a lo que deshumanizamos.
A nosotros la foto que nos muestran, la que les interesa que miremos fijamente, es la de los aplausos y las coreografías, las de bomberos felicitando cumpleaños, Sánchez mirando a cámara y poniendo el mohín ensayado viendo películas de Bogart, vídeos divertidos de teléfono en teléfono, teletrabajo desde segundas residencias, niños entretenidos con coloridas manualidades. Como la postal no solicitada de unas vacaciones largas y tediosas.
Nos han robado el contexto y, con él, parte de la información que necesitamos. Como si fuésemos los primeros asistentes a la exposición de Larry Sultan y Mike Mandel, observamos la instantánea aislada, desprovista de todo el marco circunstancial que la acompaña y, sin el cual, es complicado comprender. O, más bien, es fácil otorgar un sentido desvirtuado.
Añádale a esto el ruido sordo, la señal constante y plana de datos a borbotones, sin mesura, el parloteo gubernamental incesante ocupando todo el espectro informativo hasta adormecernos. Hasta que nos dé igual ocho que ochenta. Hasta que ni siquiera les escuchemos. ¿Cuántas ruedas de prensa prescindibles se pueden dar en un día? ¿Cuántas comparecencias insustanciales admite el más elemental sentido del decoro? ¿Cuántos discursos deslavazados puede pronunciar un hombre sin atisbar el sonrojo?
Me imagino, dentro de noventa años, a los Larry Sultan y Mikel Mandel del futuro, rebuscando entre el material gráfico de estas semanas de confinamiento. Los visualizo encontrando la foto de Carmen Calvo en el Congreso, envuelta en la mantita. Y luego, poco a poco, armando su librito documental: una foto de gente aplaudiendo en los balcones, otra de Carlos Bardem en su cocina, otra de sanitarios realizando coreografías, policías llevando bolsas de la compra a ancianitas, Sánchez con la mascarilla mal puesta, las ministras con guantes en el 8M.
Cientos de años después, una misión alienígena de reconocimiento aterriza en una desértica Península Ibérica. Los únicos vestigios que encuentran con los que hacerse una idea de cómo era nuestra civilización son ese libro con la foto en la portada de Carmen Calvo en batamanta, un audio de Simón diciendo que el baile de cifras en cuanto a muertos se debe, a lo mejor, a un accidente de tráfico enorme y los restos de algunas esculturas de rotondas. Vaya tela.
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