Opinión

De la guerra

Son constantes, en esta dura crisis que vivimos, las referencias a la guerra: batalla, combate, frente, soldados, bajas.

Con todo el afecto y respeto que le tengo al General que dirige la Operación Balmis, comento unas palabras suyas referidas al crucial trabajo de su personal del Mando de Operaciones: «No esperábamos algo tan gordo».

Un plan previsto para una pandemia tipo Ébola, señala, les ha servido de base: «No es proyectable al 100%, pero nos ha servido; hay cosas que estaban previstas». Su mayor mérito ha sido integrar las capacidades de las Fuerzas Armadas con las específicas misiones de la UME y de la Inspección General de Sanidad –eficiente hospital Gómez Ulla, como punta de lanza–, al mismo tiempo que conducir y coordinar las misiones exteriores en Irak, Afganistán, Mali, El Líbano, Turquía y Lituania principalmente y las operaciones permanentes en territorio nacional como la vigilancia del espacio aéreo, las aguas territoriales, los Peñones etc.

Comprendo bien sus palabras, cuando estamos hablando hoy de más de 30.000 españoles fallecidos y otros tantos o más con secuelas; cuando durante dos semanas había 8.200 efectivos militares en la calle; cuando en un solo día –8 de Abril– se desinfectaron 280 residencias de ancianos.

Pero las Fuerzas Armadas deben estar preparadas para esfuerzos muy superiores. Aunque chirríe en algunas mentes, deben estar preparadas para la guerra.

Gracias a Dios nuestras generaciones no la hemos sufrido, como la sufrieron generaciones anteriores. Testigos de los últimos coletazos de guerras nuestras en Ifni y Sahara, superan hoy los 80 años. Pero tuvieron tiempo para transmitirnos sus experiencias. Las otras, las hemos conocido analizando testimonios de combatientes de la última Guerra Mundial, Corea, Argelia, Vietnam y prácticamente en misiones exteriores en países que la sufrían. Sin estar directamente involucrados, nos costó y sigue costándonos comprender las guerras de unos Balcanes tan próximos a nosotros; también las que vivimos en nuestra América hermana, en Asia, en África y en el Océano Indico. En contados casos puntuales, contingentes nuestros han vivido – Náyaf– la durísima realidad de la guerra.

A una refugiada que vive en Madrid le preguntaban hace unos días si la situación actual se parece a la guerra que ha vivido durante una década en Siria: «Ya estábamos acostumbrados a no salir de casa; pero aquí es muy diferente; tenemos comida para nuestros hijos, luz, agua, internet; puedes salir a comprar o tirar la basura y no hay francotiradores ni bombas; nadie te va a matar». Pienso en sus palabras y en las miradas de muchas personas que conocimos y que trágicamente «lo habían perdido todo»: familia, bienes, ilusiones, futuro.

Nos guste o no nos guste, la guerra existe y no creo que nadie se arriesgue a decir que ha desaparecido. Un iluminado con responsabilidades en Defensa propuso un día que se suprimiese la palabra guerra de nuestros textos oficiales. La palabra no es la culpable. Como la palabra cáncer no lo es de la enfermedad. Por supuesto se debe trabajar para eliminarlas; analizar y paliar sus posibles causas. Pero sobre todo, estar preparado para afrontarlas. No son contradictorias las formulaciones referidas a ella. La clásica romana «si quieres la paz, prepara la guerra» no choca con la que define la polemología de Gaston Bouthoul «si quieres la paz, conoce la guerra».

Resumo: por vital y reconocida que sea la misión de las Fuerzas Armadas en catástrofes como la actual, sus miembros no pueden olvidar su misión principal. Cuando las legiones romanas, que tanto contribuyeron en la construcción de calzadas, acueductos y presas, olvidaron su función principal, su «para bellum» (prepara la guerra) no pudieron ni supieron contener la «invasión de los bárbaros». Y se derrumbó el Imperio.

Sin perder el hilo de la pandemia actual, un lector amigo, médico con 46 años de experiencia en un hospital asistencial, Alférez de Complemento en el Ejército en su tiempo, valorando el enorme esfuerzo de la Sanidad Militar, distingue el carácter de atención de la patología estructural de los hospitales estatales en tiempos de normalidad, de la atención excepcional que requiere una pandemia como la actual. Cuando no se pueden desechar recaídas e incluso nuevos virus, apunta la necesidad de dotarnos de una «reserva de guerra» hospitalaria, que mantendrían las Fuerzas Armadas de la misma forma que lo hacen con armamento, combustibles, municiones y repuestos. Cifra en 5 millones las mascarillas; 3.000 los respiradores; 1 millón de antivíricos, 3 millones de EPI, s, material para construir un hospital de 4.000 camas más UCI, s en 48 horas como se hizo en IFEMA. Me atrevo a tranquilizar a mi amigo: estoy seguro que se estudia. De lo que no estoy tan seguro es sobre su propuesta de presupuestos. Esta es otra guerra.