Opinión
Más nombres, menos números
Nos están invadiendo los números y esa irrupción actúa como una plaga que devora las palabras, el cultivo más humano, mientras destruye nuestro hábitat. Los números carecen de ese vestigio de humanidad que tiene un nombre. Los guarismos no se visten, ni comen, ni abrazan, ni lloran ni ríen, ni consuelan ni acompañan. Están ahí porque alguien los ha puesto, ni siquiera porque tengan que estar. No son de fiar, apenas cuentan la verdad. Las cifras no casan, no coinciden, no unifican; son una mirada rasante, distante y displicente. Los números abonan otros terrenos, pero no fertilizan la humanidad. No tienen empatía, ni energía, tampoco piel ni alma y difícilmente reconocen la sensación inexplicable del sentimiento. Los números son fríos, mecánicos, por eso desde pequeños nos obligan a memorizar las tablas de multiplicar, porque con la simple lógica no hallaremos el resultado a no ser que lo grabemos en nuestro cerebro. Por algo los niños odian los números; los niños son sabios, unos eruditos expertos en el sentido común que van perdiendo conforme abrazan la edad madura, esa en la que todo se numera. De niños nos instaban a pintar una cara humana diciéndonos aquello de “un seis y cuatro la cara de tu retrato” y resultaba un boceto deforme. Se nos está poniendo cara de dígito. Por eso ha impactado la portada del “New York Times” con los nombres de los fallecidos por coronavirus. Los números se olvidan, los nombres se recuerdan. Evocar las vidas perdidas y no el número de pérdidas mantendrá viva su memoria.
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