Opinión

No puedo respirar

Las olas de violencia no vienen de un mar en calma. El racismo, el odio, la ira son mareas que van cambiando por las fuerzas de atracción gravitatoria de la Luna y el Sol sobre la Tierra y , dependiendo de ellas, suben o bajan. Así actúa el odio, como cédulas durmientes del ISIS. Está tejido en el engranaje de la sociedad, esperando el momento idóneo para aflorar. Es una bestia durmiente que, cuando despierta, es mortal porque nos asfixia. Las revueltas callejeras en Estados Unidos no son una ola de violencia, es un continuo flujo de rencor, las mareas que esconden peligros agazapados en el fondo del mar que solo se muestran cuando salen a la superficie con una fuerza devastadora. Ahora ese odio ha emergido por la muerte de George Floyd en Mineápolis a manos de la policía. Antes fueron las muertes de Eric Garner, Michael Brown, Alton Sterling, Sam Dubose, Freddie Gray, Terence Crutcher, Philando Castile… Una herida abierta que no cicatriza porque no deja de sangrar. Cuando Floyd imploraba que no podía respirar porque un policía oprimía su cuerpo contra el suelo, esa fuerza nos subyugaba a todos, impidiéndonos respirar. 

Este año conmemoramos el 75 aniversario de la liberación del campo de concentración y exterminio de Auschwitz. El profesor alemán de Historia, Arnd Bauerkamper, comentaba que el pasado nazi todavía sigue con nosotros, con Europa y con el mundo. Primo Levi también lo advirtió: “Ocurrió. En consecuencia, puede volver a ocurrir. Esto es la esencia de lo que tenemos que decir. Puede ocurrir, y puede ocurrir en cualquier lugar”. Somos adictos a lo que nos destruye. Irrespirable.