Opinión

Alberto y Joaquín

4 meses encerrados. La vida se precipitó, el mundo se revolvió y su derrumbe sepultó la realidad. No me refiero al coronavirus, tampoco al confinamiento. Hablo de la tragedia sucedida en el vertedero de Zaldibar. La Covid-19 enclaustró al mundo en marzo, pero la tierra confinó a Joaquín Beltrán y a Alberto Solaluze bajo toneladas de escombros el 6 de febrero. Todos nos encerramos en casa por un virus mortal; Alberto y Joaquín fueron enterrados por 1,7 metros cúbicos de residuos industriales. Sus cuerpos siguen sin ser recuperados, sepultados bajo una montaña de tierra. Han encontrado el coche de Alberto reducido a un amasijo de hierros, pero no a Alberto. Encontrar unos hierros antes que un cuerpo es desolador y genera impotencia. No podemos permitirnos enterrar también su memoria, no recordarles a diario, sepultarlos también en el olvido. No sucederá; la sociedad tiene más poder y coraje que los políticos, los intereses empresariales e incluso eso que damos en llamar "Europa” cuando buscamos soluciones. En estos tres meses de confinamiento nos hemos acostumbrado demasiado a tutear a la muerte, y la costumbre suele debilitar la memoria y abonar la inadvertencia. Es inhumano habituarse a eso. Pienso en las familias y amigos de Alberto y Joaquín. Espero que nadie deje de pensarles. Urge encontrarlos; luego, la investigación judicial, las facturas de la búsqueda, las pólizas del seguro, los expedientes administrativos, la gestión de los vertederos , las elecciones políticas… pero lo principal es hallar los cuerpos de Alberto y Joaquín. Cuando se les despoje del sudario de escombros, se desenterrará todo lo demás.