Opinión

Pedestales

La historia no se reescribe, la historia se escribe y sería conveniente leerla para entenderla. Lo primero es manipulación, mentira manufacturada, el negro sobre blanco de la cobardía; lo segundo es lo difícil y requiere rigor y valentía. Salir a protestar por la violencia policial ejercida mortalmente contra George Floyd en Minesota y terminar destrozando una estatua de Churchill tachándole de fascista y violador, es un viaje tan absurdo y sospechoso como salir a condenar el racismo y terminar vandalizando un comercio para robar bolsos de Louis Vuitton. Un viaje extraño. También lo es salir a las calles para arrancar estatuas de piedra de sus pedestales, todas ellas armadas de quietud, sin capacidad de reacción. La quietud ajena es tramposa, como la demagogia. Eso no es valentía, es vandalismo despótico. Borrar la historia es tan irracional como juzgarla siglos más tarde con los ojos de la nueva sociedad. Una cosa es la crítica y el análisis constructivo, necesario siempre, y otra el desconocimiento ocurrente. Si muchos jóvenes – y no tan jóvenes– piensan que el «Bella Ciao» es la banda sonora de una serie de televisión, es fácil teledirigirlos con los mandos de la ignorancia y la incultura. Hoy es fácil rebelarse contra lo sucedido en el pasado, pero llegamos demasiado tarde al enojo. Otra cosa es rebelarse cuando el enemigo está vivo, no esculpido en granito: quizá por eso muchos no reaccionaron cuando Berlín se empapeló con carteles de «Seamos alemanes, no judíos», o cuando los judíos eran obligados a dragar los ríos y las letrinas a mano, o a segar la hierba de un estadio de futbol con los dientes. Entonces, nadie derribaba estatuas, solo se construían mausoleos de muerte con cámaras de gas y crematorios.