Opinión

Agresión en un tren

La violencia suele enmudecer y paralizar a quien la sufre y a quien la observa, todo lo contrario que ocurre con quien la ejerce. Es una manifestación clara de lo que una relación de poder tóxica provoca. No sé si habrán visto las imágenes de dos vigilantes de seguridad en un tren de cercanías de Renfe en Barcelona: dos personas de uniforme deteniendo violentamente a un pasajero, supuestamente por llevar un pañuelo sobre la boca y no una mascarilla. Le inmovilizan, le esposan, le insultan, le golpean en la cara y en el abdomen cuando ya está inmovilizado y sin ofrecer más resistencia que la palabra, ni siquiera gritos. Observando ese vídeo uno se pregunta cómo dos personas normales pueden comportarse con esa violencia, con ese odio, con esa maldad, con esa crueldad. Es la misma pregunta que vengo escuchando las últimas semanas, durante la promoción de mi novela «Postales del Este», una historia ambientada en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau. Cómo fue posible que personas normales, con familia, con hijos, con estudios o sin ellos, que acudían los domingos a misa, que ayudaban a sus vecinos, que trabajan en organismos públicos, que daban clases en colegios o investigaban en un laboratorio, se convirtieran en auténticas bestias cuando se calzaban el uniforme de las SS que les otorgaba poder sobre el resto. Dónde habrían estado todos ellos si no hubiera existido Auschwitz, si no se hubiese declarado la Segunda Guerra Mundial o institucionalizado un Holocausto… Estarían entre nosotros, pasando inadvertidos hasta que las circunstancias les permitieran aflorar lo que lo llevan dentro. Ahí estarían.