Opinión

Vivir de ETA

A todo el que se ha significa contra ETA le dicen tarde o temprano que necesita a ETA. Que con ETA consigue algo, que con ETA vive mejor, que ETA le viene bien. Alrededor de la víctima en su sentido más extendido se ha tejido una tela de araña de miserias argumentales, desde aquel ‘Algo habría hecho’ que se decía de los muertos -siempre eran culpables- hasta esta tendencia de señalar al que defiende su memoria de pretender vivir de ella. Carmen Calvo sostuvo ayer en el Congreso que había partidos que necesitan traer a ETA al Congreso. En ese “necesitan” habitan ochocientos demonios. No se necesita memoria para recordar el terrorismo: terminó ayer y le sobreviven los argumentos. Uno de los que está más de moda es el que acusa a alguna gente de empeñarse en revivir la violencia, de resistirse interesadamente a sustituir su anticuado marco mental por este nuevo en el que ETA no existe. Hace treinta años, cuando alguien nombraba el daño que había causado el terrorismo, ya se maliciaban que esa posición le convenía por algo. Claro que no tenía sentido, pues sostenerse ahí podía costarle a cualquiera la vida, el negocio o las amistades, pero por una carambola que a día de hoy no logro comprender, se ha considerado el terrorismo como una bendición para los que más lo habían sufrido, gentes a las que se acusa de conseguir notoriedad, votos, tribunas, cualquier cosa que mantienen presuntamente a costa de no olvidar. A día de hoy, políticos, periodistas y hasta víctimas reciben la acusación velada de vivir “del chiringuito de ETA”. No sé quién ha vivido del terrorismo; sí sé los que han muerto, los que han perdido y los que se la han jugado. Hoy a esos mismos les exigen pasar página cuanto antes y les dicen “bah, chico, déjalo”, como si vivieran empecinados en alguna forma de vidorra alrededor del trauma del padre asesinado, del eco de la bomba, del vacío del miedo o de la última vez que cruzaron el desfiladero de Pancorbo camino del exilio, un cosmos en el que, dicen, se vive mucho mejor.