Constitución

La generación de políticos más miope de la democracia

El PSOE quería un nuevo sistema político, la UCD reformar el régimen, el PCE la reconciliación y convertirse en la alternativa y los nacionalistas un hueco en España.

Si hay algo que los constituyentes tenían claro era el sentido instrumental que tenía la Carta Magna para resolver el principal problema político y social: las heridas que la Guerra y la dictadura habían provocado en España. Esa es la principal carencia en la actualidad, los líderes de hoy solo ven en ella un símbolo útil contra el adversario.

En un homenaje póstumo a D. Gregorio Peces-Barba, en la universidad Carlos III de Madrid, el profesor Elías Díaz dijo de él que: “desde siempre, Peces supo que había nacido para escribir una constitución”. Las palabras del amigo íntimo de D. Gregorio, lejos de ser una exageración, iban cargadas de significado.

Es más, quizá toda aquella generación de políticos jóvenes, bien formados, supieron desde edad temprana que les tocaba reconstruir un todo que estaba fragmentado en varias partes.

Todos participaron en el debate cualquiera que fuesen sus ideas, incluso su pasado. En las bambalinas, Abril Martorell y Alfonso Guerra reparaban los atascos y rupturas que se producían en la Comisión Constitucional.

El PSOE quería un nuevo sistema político, la UCD reformar el régimen, el PCE la reconciliación y convertirse en la alternativa y los nacionalistas un hueco en España.

El 78 fue el punto de inflexión, pero antes se había producido la legalización de los partidos y elecciones libres. El Rey Juan Carlos garantizó la neutralidad del ejercito, Suárez dio la espalda a la dictadura y Carrillo apareció en su primera rueda de prensa con la bandera bicolor.

Ayer se conmemoraba de nuevo la Constitución, pero más lejos que nunca de lo que realmente representa. Ya no queda prácticamente nadie que la defienda de verdad porque todos han decidido usarla contra el adversario.

Los de Podemos son los negacionistas constitucionales, quieren derogarla. Los independentistas son adversarios directos del Estado y de sus normas, la usan para participar en el sistema que quieren dinamitar.

El Partido Popular se ha enrollado en la bandera y en la Constitución para barnizarse de Estado, quizá consecuencia del ardor que le faltó hace 42 años y, Pedro Sánchez se pasa el día midiendo la frontera entre lo que está dentro y lo que no, para romper su espíritu sin traspasar la línea.

Ningún constituyente confundió la estabilidad de la norma con que fuesen inamovibles sus preceptos. Lo único que pretendían que fuese imperecedero era su esencia, precisamente lo que se está derrumbando en los últimos años sin haber cambiado una sola coma de su redacción.

España no necesita una nueva Constitución, quizá alguna actualización para hacer frente a nuevas realidades sociales como la globalización o el problema territorial, pero eso no pasa por ser rehén de los independentistas, de los nacionalistas, de los populistas o de los extremistas.

Los constituyentes no fueron tan generosos como inteligentes, supieron alinear todos los puntos de vista e intereses. El problema hoy es que los dos atributos son un bien escaso, nunca ha habido una generación de políticos tan egoísta, poco preparada y miope.