Marruecos

El vecino incomprendido

En los últimos veinte años desde ambas orillas, embajadores parlamentarios, gobiernos de distinto color y empresarios han trabajado incansablemente para mejorar las relaciones bilaterales

Salomón Benatar Amran

IN MEMORIAM: CARLO ALI SNURMACHER

Somos muchos los que habiendo nacido y crecido en Marruecos vivimos ahora en España. Amamos esa tierra y a su pueblo, que nos sigue acogiendo con su inigualable hospitalidad. Visitamos las casas donde vivimos y al despedirnos nos recuerdan que siempre seguirán siendo nuestros hogares.

Sin pretender otorgarme grado alguno de representatividad, creo que puedo conectar con el sentir de un pueblo con el que hemos convivido durante varias generaciones. Y es que una parte de la sociedad española todavía conserva una visión parcial y distorsionada de la realidad marroquí, cristalizada en estereotipos y clichés. Algunos de nuestros medios de comunicación contribuyen, ya que pocas veces se avienen a publicar opiniones favorables al reino alauí y, sin embargo, reproducen noticias y opiniones críticas con la monarquía, destacando los déficits sociales o democráticos pero obviando sus logros como país y defendiendo la tesis del Frente Polisario. Es evidentemente más romántico –y más vendible– contar una historia sobre la lucha de un movimiento guerrillero por la libertad que exponer los complejos mecanismos políticos y las ambiciones hegemónicas de los Estados de la zona, que han desembocado en la situación de injusticia histórica con la cual Marruecos lleva enfrentándose desde hace décadas. Y digo injusticia porque con sólo mirar un mapa se constata que el reino alauí reclama para sí, desde los tiempos más remotos, ciudades o zonas enclavadas geográficamente en su territorio. Aun así, produce más asombro que indignación en nuestros vecinos marroquíes el desconocimiento que existe en España sobre sus sentimientos. Quisiera pues explicar –como lo haría cualquier marroquí–, cuál es el sentir mayoritario en un país que siempre ha deseado estrechar los lazos con España.

Existe en Rabat unanimidad absoluta entre partidos políticos y agentes sociales acerca del conflicto del Sáhara. Mohamed VI está irremediablemente comprometido con esa causa y sabe perfectamente que su pueblo jamás le perdonaría el abandono de la reivindicación del Sáhara. El hombre de la calle se queda atónito cuando se le explica que en España se estima que estamos ante un caso claro de descolonización inacabada y que el Polisario es un movimiento independiente. El marroquí empieza dándonos una lección de geografía elemental. Nos recomienda observar un mapa de la zona y comprobar que las fronteras son líneas absolutamente rectas, trazadas por los antiguos colonos europeos. Resulta que al oeste de esa línea fronteriza con la región del Tinduf vivían nómadas que ahora son argelinos. Pero al este, sus hermanos no pueden ni deben ser marroquíes, pues son saharauis. ¿Cómo explicar que, a partir de una división tan artificial, los saharauis que viven en Argelia son argelinos, pero los saharauis que viven en Marruecos no pueden ser marroquíes, sino que deben configurar la República Árabe Saharaui? Si resulta justa la creación de un nuevo Estado independiente en la zona, éste debe, en todo caso, abarcar también lo que es actualmente el Sáhara argelino, pues los habitantes de uno y otro lado de la frontera no se diferencian en nada. Todos serían ciudadanos saharauis. Nadie pone en duda que el Sáhara argelino les pertenece, mientras Marruecos, privado de su territorio sahariano por la colonización española, no tiene derecho a recuperarlo. Los marroquíes, todos, se indignan cuando recuerdan que su rey Mohamed V, abuelo del actual monarca defendió ante Francia la independencia de Argelia, incluido su Sáhara, rico en petróleo. Argelia ha recompensado la ingenua solidaridad de su vecino financiando y acogiendo al Polisario en su territorio. Con ello defiende sus intereses nacionales e intenta crear un Estado que le permita disfrutar de una salida al océano Atlántico. Al proporcionar recursos y apoyo logístico, Argelia ha transformado la confrontación en un enfrentamiento larvado entre dos países soberanos.

Vistos son los argumentos que se emplean cuando nos comunicamos en Marruecos con el pueblo llano. Nuestros vecinos desean colaborar con una Europa próspera y comprometida con el desarrollo de los países del Magreb. En los últimos veinte años desde ambas orillas, embajadores parlamentarios, gobiernos de distinto color y empresarios han trabajado incansablemente para mejorar las relaciones bilaterales. Gracias a ellos las tensiones de vecindad han disminuido sensiblemente. En la actualidad España es el primer inversor en Marruecos, muchos profesionales y cooperantes residen en el país vecino. La minoría marroquí en nuestro país es de las más numerosas y mejor integradas. Por eso mismo, cuesta entender las recientes actuaciones de nuestro gobierno, las irresponsables manifestaciones del vicepresidente segundo y las infantiles críticas de algunos periodistas y tertulianos. Las relaciones de vecindad son siempre complejas. En el caso que nos ocupa aún más, ya que somos sin duda la frontera más desigual en términos sociales y económicos. Corresponde a ambos pueblos y gobiernos mimar permanentemente las relaciones bilaterales y en ello además, nos toca aportar máxima visión de conjunto y enorme generosidad.

Salomón Benatar Amran es Economista