Francisco Marhuenda

Iglesias y el «exiliado» Puigdemont

Los políticos con su ideología nunca han respetado el derecho de las autonomías o nacionalidades

Esto de la Nueva Política se ha convertido en el terreno abonado para los disparates. Es la sensación que produce escuchar a Iglesias considerar a Puigdemont como un exiliado. No cabe ninguna duda de que la vicepresidencia le sienta muy mal a la vez que sus palabras causan desconcierto teniendo en cuenta su formación académica. La Complutense es una de las grandes universidades del mundo y su Facultad de Derecho tiene un plantel de profesores extraordinario. Es más, algunos de los que le dieron clase me han confirmado que era un buen alumno.

Otra cosa distinta son sus ideas políticas. Es un esperpento calificar de exiliado a un fugado de la justicia de un país de la UE que está acusado de delitos muy graves contra el ordenamiento constitucional, así como de malversación de fondos públicos. Y es insólito afirmar que ha destruido su vida, teniendo en cuenta que vive muy bien en Bruselas como eurodiputado. No hace otra cosa que dedicarse al activismo independentista que es lo que más le gusta, porque es fanático con más voluntarismo que formación académica. El exaltado Puigdemont tuvo la enorme habilidad, hay que reconocerlo, de aprovechar la oportunidad que le ofreció Mas al elegirlo como sucesor pensando que sería su marioneta.

Sus palabras ofenden a los auténticos exiliados republicanos que pasaron grandes privaciones, no incluyo, por supuesto, a los que robaron oro y joyas o fueron acogidos por la brutal dictadura de la Unión Soviética. Los que sirvieron a Stalin o vivieron como millonarios gracias a lo que robaron no merecen ningún respeto. La idea del exilio, que muchos españoles han sufrido desde el siglo XIX, refleja una situación de desgarro interior y penurias económicas. Esto no es lo que está viviendo Puigdemont, que se siente realizado en una lucha fanática que ha conseguido provocar una fractura enorme en Cataluña gracias a las mentiras y manipulaciones del nacionalismo.

La empatía que muestra Iglesias con los que quieren destruir España es muy inquietante, porque es el vicepresidente «político» del gobierno y refleja cuál es su objetivo final con esa alianza con los independentistas y los herederos de ETA. Y es sorprendente, porque como buen populista y comunista es, en realidad, profundamente centralista. Los políticos con su ideología nunca han respetado el derecho de las autonomías o nacionalidades. El dogmatismo y el autoritarismo han sido la base de la realidad de la Unión Soviética y sus satélites, la China comunista y las experiencias de los caudillos de izquierdas, como Chávez o los Castro, en Hispanoamérica.