Editorial

Ley Trans, un caso de ingeniería social

La falta de rigor del borrador de la Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans –conocida como Ley Trans–, la frivolidad con la que trata la posibilidad de cambiar de sexo o género con un mero trámite burocrático, incluso volver de nuevo a invertir la elección de ser mujer u hombre, ayuda muy poco a plantear una cuestión en la que muchas personas se debaten, dramáticamente y sin comprensión en muchos casos. En España, la Ley 3/2007 permite a las personas trans cambiar en el registro civil su sexo sin necesidad de tratamiento quirúrgico alguno, pero la ley que ahora querría aprobarse se basa en el principio de negar cualquier realidad sexual, ser hombre o mujer, ya que esta condición es una construcción social y cultural en la que la naturaleza y la constitución biológica tiene poco que decir. Diferenciar entre sexo masculino y femenino es «legitimar un modelo binario» al servicio, esto sí, del patriarcado. Así es la tortuosa gramática empleada por la Ley que el Ministerio de Igualdad de Irene Montero quiere sacar adelante, farragosa, confusa y llena de resabios ideológicos difíciles de sustentar en un texto legal. Lo fundamental es que, dado que la transexualidad deja de ser una patología –algo que la OMS dejó de considerar en 2018 y socialmente es cada vez más aceptado, a pesar de los tratamientos de «disforia de género» aceptados por el feminismo clásico–, todo depende de una elección en el ejercicio de la «autodeterminación de género», que es el otro punto en el que se sostiene dicho borrador. Basta tener 16 años para cambiar de sexo, sin consentimiento paterno, ni informe médico alguno, ni tratamiento hormonal, porque para cambiar de sexo en el DNI bastará con que una persona manifieste que su identidad no se corresponde con el sexo, lo que este borrador de ley denomina «declaración de la propia identidad sentida». Es decir, esta nueva identidad de género ya no implica una nueva identidad sexual, de manera que eligiendo ser mujer, puedes llamarte con nombre de hombre, modificando o no «la apariencia o funciones corporales», dice el texto.

Es más, un hombre acusado y con sentencia firme de violencia de género puede cambiar de sexo, una inversión que implicaría que la Ley que protege a las mujeres contra la violencia machista dejaría de tener sentido. No en balde, el feminismo clásico ha criticado la Ley Trans por romper el hecho diferencial de ser mujer y reducirlo a una elección. No se habla ya de dos sexos, sino de múltiples opciones de género: travestis, «cross dressers», «drag queens», «drag kings», «queers», «gender queerr», entre otras, decía la proposición de ley que en 2017 presentó Podemos. Ahora bien, que Pablo Iglesias defienda esa ley invocando los derechos humanos es un insulto a los que sufren en esos regímenes liberticidas que tanto comprende y en los que no se respeta ningún derecho, ni de mujer, hombre o trans.