Política

Generación X

Es tiempo de despejar la incógnita e impulsar el gran legado de la Transición

Mi padre siempre decía que yo era hija de la democracia. Y sí, nací en plena Transición, en la España de finales de los 70, la de los pantalones de campana y el ambiente de cambio; la que buscaba recolocarse en el mapa y no era del todo consciente de que empezaba una de las mejores épocas de toda su Historia. Casi diez millones de españoles (los nacidos entre 1972 y 1982) formamos eso que se termina considerando una generación: en este caso, la X. Durante estos días de aniversarios y hemerotecas, quienes no sentimos el miedo, las dudas y la incertidumbre de la noche del 23-F, y únicamente revisitamos aquellos hechos a través de lo leído, visto y oído a posteriori, corremos el riesgo de normalizarlo, de creer que el final de aquella asonada fue el único que era posible. Quizá podamos caer en la tentación de naturalizar, incluso, todo lo que vino después. La generación X (a la que se podría sumar también parte del final del baby boom y el inicio de la siguiente, la Y) comenzó en la vida al alza: años de progreso continuo y constante en los que nuestro país se democratizaba, crecía, mejoraba. España era una fiesta, como si recreásemos a Hemingway a cada rato. La entrada en Europa, mejoras sociales, el estreno de infraestructuras, la eclosión de la modernidad en la cultura y, por supuesto, el olímpico e internacional comienzo de los 90. Difícil no contagiarse de la euforia y de la permanente escalada de bienestar. Y todo eso era, simplemente, lo normal. La sociología apunta que la ingenuidad de quienes nacen en épocas de prosperidad puede convertirse en un lastre que no prepara para el inevitable choque de realidad (rememorando esos Reality Bites de Winona Rider y Ethan Hawke, que tan bien retrataron aquel momento generacional y tan mal llevan el paso de los años...). Un exceso de confianza debilita la conciencia de responsabilidad colectiva frente al impulso individual y coquetea con el olvido de ese pacto intergeneracional (implícito e imprescindible) que consiste en mejorar lo recibido. Aún está por demostrar que esta generación alcance la altura de su herencia y, además, perfeccione el legado. Es tiempo de despejar la incógnita de la X que le da nombre. El momento es ahora.