Feminismo

Los feministas

La inclusión inherente al movimiento convierte en paradoja el femenino plural

El lenguaje inclusivo ya existía en el siglo XII. Al menos en España y en el Cantar de Mío Cid, que recoge con sorprendente naturalidad múltiples duplicidades de género: «Exien lo ver mugieres e varones, burgeses e burgesas por las finiestras son». Nueve siglos después, sin embargo, la cuestión no parece haber sido resuelta con tanta facilidad por las sociedades occidentales. ¿Desdoblar el femenino y el masculino contribuye a eliminar sesgos machistas o es una pose innecesaria? Esta semana 60 diputados franceses han hecho causa común para eliminar las duplicaciones de los documentos oficiales, convertidos en textos farragosos por la creación de nuevas palabras (impronunciables en muchos casos). El sentido común arrollado por el derroche ideológico. Y si hay algo que el feminismo debe tener es sensatez: resulta imprescindible erradicar de nuestro lenguaje frases hechas o juegos de palabras sexistas (como pariente/parienta o zorro/zorra) que ahondan en la discriminación, más allá de focalizar la cuestión en la duplicidad de género (necesaria, pero no única solución). Aunque en España no hemos llegado al exceso de Francia, cada mes de marzo, junto con el imprescindible debate sobre la igualdad, vuelve a replicarse una expresión (demasiadas veces con sentido despectivo): las feministas. Así, en femenino y en plural, ignorando el carácter singular de cada una de las personas que lo integran y excluyendo, de paso, al género masculino. Si recurrimos de nuevo al sentido común y a la definición que da Gloria Steinem (que algo sabe de esto a sus 86 años y tras décadas de activismo por los derechos de la mujer), será feminista «cualquiera que reconozca la igualdad y la humanidad plena de hombres y mujeres». Y esta es la clave de la inclusión inherente al movimiento. Es evidente que a lo largo del tiempo ha estado impulsado por mujeres, pero su propia esencia igualitaria convierte en una paradoja apelar solo a las feministas. Todos, hombres y mujeres, pueden (y deben) serlo. Habría que rescatar al autor anónimo del siglo XII para referirnos a las feministas y los feministas. Porque al final, como decía Virginia Woolf, «en la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer».