José María Aznar

Aznar

La etapa de Aznar en la Moncloa tuvo luces que hoy se ahogan en el cajón del olvido y sombras que se proyectan con especial vehemencia desde algunas cajas de resonancia

El ir y venir de este oficio del periodismo me brindó la ocasión de ser testigo muy directo, primero de la llegada al poder hace 25 años de José María Aznar, después, de su discurrir al frente del Ejecutivo durante dos dispares legislaturas y finalmente de su marcha, anunciada previa promesa de no continuidad, pero inesperadamente dolorosa por la puerta de sangre y fuego que supuso el «11-M». La etapa de Aznar en la Moncloa tuvo luces que hoy se ahogan en el cajón del olvido y sombras que se proyectan con especial vehemencia desde algunas cajas de resonancia, paralelamente a la difícil situación actual del partido que un día Fraga le entregó refundado.

Los episodios que han moldeado su imagen muestran un Aznar de contrastes desde el año 96 hasta 2004. Pasó con nota el examen de Maastricht metiéndonos en el euro, creo más de cinco millones de empleos y no había foro de Davos o Ambrosetti en el que no apareciera como la auténtica «prima donna» del milagro económico europeo. De la mayoría minoritaria pasó a arrasar con la absoluta, «Siria» empezó a cautivarle más que «Soria» y fue germinando en la entretela del inmenso paraguas de poder del que fue clave de bóveda, un elenco de malandrines cuyos desmanes todavía se pagan y a los que después vimos desfilar por la basílica de El Escorial un día que para muchos fue punto de inflexión.

Aznar nos puso en el mapa de la relación atlántica, se convirtió en primer interlocutor del presidente Busch y en auténtico «enfant terrible» de una Europa que nos respetaba, pero ese «morir de éxito» le llevó puro en mano a plantar los pies sobre la mesa en aquel «G-7» de Calgary, a los acentos tejanos en el rancho de Crawford, a la foto de las Azores, a la tardía reacción frente al «Prestige» y claro, a la debacle electoral… de su delfín.

Y si, unió a las derechas, pero se marchó dejando por atar más de lo que imaginaba, tal como después comprobó, ya tarde y convertido en jarrón chino.

Yo particularmente me quedo con aquel Aznar al que un día se le quebró la voz contándonos como esa misma mañana paseando por los jardines de la Moncloa tuvo nuevamente la constancia de que ETA había vuelto a matar, mientras veía venir al mismo guardia civil que, igual que otras tristes veces se le acercaba con un papel en la mano.