Japón

El teléfono del viento japonés

No esperen y marquen el teléfono ahora que todavía hay alguien al otro lado

Nos llegaron avisos desde otras partes del planeta. Los desoímos. Hasta que el coronavirus se precipitó en medio de nuestras vidas. Recuerdo con nitidez mi último fin de semana de vida «normal» hace justo un año: cargado de planes, intercalando grupos de amigos y compartiendo risas y confesiones hasta el amanecer. A la semana siguiente se hizo el silencio. Las calles se vaciaron y comenzó el goteo creciente de muertos. La primera ola se llevó a decenas de miles de personas. Murieron solas. Sus familiares y seres queridos no tuvieron la opción de despedirse. A menudo, las olas epidemiológicas se comparan con las de un devastador tsunami. Y es que en periodismo siempre estamos a la caza de símiles. Buscamos no repetirnos y generar empatía en el lector.

«Al igual que en un desastre natural, la pandemia llegó de repente, y cuando una muerte es súbita, el dolor que una familia experimenta es también mucho más largo», ha explicado esta semana a Reuters Itari Sasaki. Habla desde Otsuchi, un pueblo al noreste de Tokio que fue arrasado por el terremoto y posterior tsunami de Fukushima, hace ya diez años. Sasaki, de 76 años, montó una cabina telefónica blanca en lo alto de un ventoso jardín. Instaló un teléfono negro, con disco de marcar, pero obviamente sin línea. Unos meses antes del desastre, un cáncer se llevó a su primo, por lo que a través de este «kazo no denwa» o «teléfono del viento», podría «hablar» con su primo fallecido y así lidiar con el dolor. Tras el tsunami, cuyas olas de nueve metros acabaron con la vida del 10% de la población de Otsuchi, Sasaki avisó a sus vecinos de que tenía un espacio desde el que «hablar» con los muertos. Su cabina se convirtió en un lugar de peregrinación para los japoneses en busca de consuelo. «Todo ocurrió en un instante. No puedo olvidarlo incluso ahora», le confesó Kazuyoshi, de 67 años, a su esposa Miwako desde el teléfono negro. «Te envíe un mensaje contándote dónde estaba, pero ya no lo leíste. Cuando llegué a casa y miré al cielo, lloré y lloré y supe que tanta gente habría muerto», susurra al teléfono. «Me siento sola», admite Sachiko a Toichiro, con quien llevaba casada 44 años. «Cuida de la familia. Volveré pronto», promete desde la cabina.

Más de 20.000 japoneses murieron en el tsunami del 11 de marzo de 2011. Y alrededor de 10.000 personas ya han visitado el jardín de Otsuchi. Países como Polonia o Reino Unido se han puesto en contacto con Sasaki, el artífice del teléfono, para permitir a los familiares de las víctimas de la covid-19 ponerse «en contacto» con ellos y así intentar llevar mejor el duelo. «Hay tanta gente que no ha sido capaz de decir adiós. Hay muchas familias que desearían haber dicho algo de saber que nunca más hablarían otra vez», reconoce Otsuchi.

No esperen y marquen el teléfono ahora que todavía hay alguien al otro lado.