Opinión

La unidad de Cataluña

La sociedad catalana, especialmente los catalanoparlantes, vive situaciones de tristeza, cólera y rabia

El 25 de noviembre de 2012 se celebraron unas trascendentales elecciones autonómicas en Cataluña, dónde se evidenció la división entre catalanes. Al día siguiente, el ex presidente José María Aznar, presentaba sus memorias, en las que hacía un repaso a su labor al frente del Ejecutivo entre 1996 y 2004, y al finalizar el acto, afirmó: «Antes se romperá la unidad de Cataluña que la de España».

El desafío de los últimos años para separar Cataluña del resto de España, no ha sido fruto de la casualidad, ni de la crisis económica, ni de la modificación sustancial de un texto estatutario aprobado en el Parlamento de Cataluña y modificado en Madrid como presuponen los relatores separatistas. Que la mitad de la población catalana abrace las tesis secesionistas, ha sido gracias a un largo proceso de formación del espíritu nacional que se ha gestado por parte de funcionarios del estado, con fondos públicos que pertenecen a todos los españoles y con el mutismo, indolencia e indiferencia de los poderes fácticos hispanos. Cataluña vive un déficit de calidad democrática, con actuaciones desleales de la Generalitat, que lleva décadas sufriendo la instrumentalización de las políticas de comunicación al servicio de la denominada construcción nacional de los «Países Catalanes», la falta de neutralidad de las instituciones dominadas por el radicalismo y la demonización de los discrepantes provocando una suerte de muerte civil al opositor al régimen nacionalista.

Sin embargo, tras el fracaso de la DUI, la huida de los prófugos, el encarcelamiento de los políticos y la aplicación del artículo 155; la ruptura unilateral se demuestra inviable, mientras se extiende la radicalidad entre las clases medias catalanas que han dado apoyo a un proceso separatista de carácter supremacista. La estrategia de sus líderes inventó nuevos mantras en los últimos meses, como la petición de «libertad de los presos políticos» para luego proseguir con «España un estado demofóbico», o «demoler el régimen del 78», poniendo proa hacia la magistratura y tratando de derribar la imagen de su majestad el Rey Felipe VI.

Sin embargo, la división empieza a extenderse entre amplias capas de sectores separatistas, lo que puede generar una enorme frustración. La sociedad catalana -en especial los catalanoparlantes-, viven situaciones de tristeza, cólera, enfado, rabia; y la presión a los líderes políticos nacionalistas imposibilita reflexionar y analizar las causas de su fracaso colectivo. La gestión equivocada de esta frustración, está implicando una mayor intensidad de la emoción, lo que directamente nos lleva a una predecible violencia que puede desbordar a los impulsores del proceso supremacista. Las recientes manifestaciones violentas en defensa de un rapero, son el ejemplo.

A la espera de la semana clave para constituir el gobierno catalán, los de ERC afirman que la independencia puede esperar mientras aseguran que hay un acuerdo «prácticamente cerrado» con Junts por el que se emprenderá la vía del diálogo con el Estado, hasta el final de la legislatura española, en 2023. Pero mientras Puigdemont niega cualquier posible diálogo, JxCat está maniatada por el discurso de la flamante presidenta del Parlament, Laura Borràs, que prometió otra declaración de independencia. Y luego está la CUP.

Dividida Cataluña entre separatistas y constitucionalistas. Divididos los separatistas entre unilateralistas y pragmáticos. Aznar tenía razón, se ha roto la unidad de Cataluña. Y España sigue unida, a pesar de los españoles.