Política
Discurso tóxico
«Esto no va de si una ministra defiende a una famosa, sino de la presunción de inocencia»
Les voy a confesar. Había pensado escribir hoy sobre la desconexión cada vez mayor entre los políticos y los ciudadanos: esa lejanía que se escenifica cada miércoles en las sesiones de control del Congreso, pero a la que nos asomamos cada día desde los medios y los dispositivos que nos conectan al mundo. Quería reflexionar sobre la distancia que nos lleva a preguntarnos qué parte de la traducción de lo que dicen los gestores de lo público nos estamos perdiendo, no estamos comprendiendo, como si fuéramos Bill Murray en Lost in Translation. Mi intención era acercarme a ese ecosistema que se hace más burbuja, los políticos con políticos hablando de cosas de políticos, en proceso de ruptura con las cuestiones que de verdad preocupan. El objetivo era este, sí, pero la realidad, lo que nos rodea, se impone y la atmósfera pública de estos días refleja que lo más grave que nos está ocurriendo no es el desapego (que también). No. Lo aterrador es que el espacio común, el de todos, está enredado en derribar uno de los mayores logros del Estado de derecho y nos sitúa ante la deriva más peligrosa a la que cualquier sociedad puede enfrentarse: ¿dónde está la presunción de inocencia? Asistimos al desmontaje de uno de los principios básicos de cualquier sistema jurídico y lo hacemos, además, con algunos políticos como cómplices de honor. Nos equivocaremos si pensamos que esto va (solo) de un vicepresidente-candidato apuntando a que su rival en las urnas acabará en prisión por no sé sabe qué delito y anunciando denuncias de fuegos de artificio; o de otro representante público (del mismo partido) que asegura que en una determinada comunidad han circulado maletines llenos de dinero para cambiar voluntades, pero sin aportar una sola prueba, y tampoco va de si una ministra defiende a una famosa que acusa en prime time a su ex de maltrato. Esto va de proteger nuestras normas, de respetar el cauce de la Justicia y de no convertirnos en los tribunales que reparten sentencias en las redes, esa Inquisición digital. Esto va de frenar un discurso público (y político) tóxico y enrarecido en el que los límites se difuminan. Esto va... Bertolt Bretch ya sabía hace un siglo de qué iba todo esto.
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