Opinión

Un trueno de la Puerta del Sol a Guadarrama

España presenta unas taras tan comunes que hemos añadido el nacionalismo identitario españolista

Pedro Sánchez quiso que Madrid fuera la tumba del centro derecha, definitivamente estabulado ya en el pudridero del fascismo. Pero la mercadotecnia de Iván Redondo, que echó los dientes con una campaña lamentable en Badalona, no contaba con el nacimiento de un trueno. Una política que cosecha tormentas de odio, pero también la aplauden en los mercados, los parques y las terrazas.

Moncloa no estaba lista para pelear contra una candidata de rompe y rasga, que denuncia el nacionalpopulismo de quienes tienen a España entre los países más devastados por la ola sanitaria y económica. El peligro de Ayuso no son los rivales, sino la posibilidad de que, montada en la espuma del éxito, abrace la clase de mensajes hiperbólicos que siempre achicharran a quienes los aceptan.

En el debate de los seis candidatos a presidir la Comunidad de Madrid no faltó nadie. Ni el bolivariano agonístico, Pablo Iglesias, que no sabe cuántos españoles han muerto del Covid-19. Es eficaz, claro, pero habla de la pandemia como si en lugar de en la Vicepresidencia del Gobierno de España, el coronavirus lo hubiera encontrado dando un mitin en Bolonia.

Allí estaba también la contramaestre del peronista líquido con caspa posmoderna, una Mónica García de guante blanco que demostró tener más cuajo político que el desaparecido Ángel Gabilondo. Con toda su bonhomía de profesor despistado, el hombre bastante hace con mantenerse a flote y sobrevivir al mangoneo de quienes quisieran transformarlo en una suerte de Adriana Lastra más calvo y mucho más decente.

También vimos a un ex abogado del Estado, Edmundo Bal, que no aceptó la humillación que proponía la entonces ministra de Justicia, muy atenta a que el juicio por el intento del golpe de Estado de 2017 tuviera un resultado a juego con las necesidades políticas del señorito Sánchez.

Por lo demás, España presenta unas taras tan comunes que hemos añadido el nacionalismo identitario españolista, representado por la señora Rocío Monasterio, al rico repertorio de cromañones bien conocido. Véase, si tienen dudas, el cartel infame de Vox, que reproduce con los menores edad no acompañados el discurso de los xenófobos catalanes («España nos roba») y el de Podemos respecto a los hombres.

Frente a la internacional confederada de trogloditas unidos queda todavía un Bal que representa lo mejor de un liberalismo inaudito en un país que, más que país, es ya todo un dolor y una Isabel Díaz Ayuso que, con el paso de los minutos, fue creciendo golpe a golpe.

Desde que arribó la coalición Frankenstein (Alfredo Pérez Rubalcaba dixit) resulta más que evidente que, por mucho que pueda y deba mejorarse la redistribución en Madrid, el mensaje comprometido con la igualdad y la razón es el de una Díaz Ayuso irresistible en el papel de rompeolas.

La popular preside el único territorio español donde los votantes descreen del guateque identitario y prefieren el modelo del 78 antes que el experimento quiminova de quienes contemplan el mundo con anteojeras colectivistas. Va a arrasar.