Política

¡Que Dios reparta suerte!

La actual campaña ha sido un modelo de desprecio a la verdad y a la búsqueda del entendimiento

La campaña que concluye, o al menos debería concluir mañana, ha transcurrido como se temía, a la vista de la precampaña: bronca e inútil; más allá de la batalla por el poder a cualquier precio. Hemos asistido a un ejercicio patético de incapacidad política; un ejemplo nefasto de malas formas y discursos vacíos, salvo algunas pinceladas sueltas. Madrid, los madrileños, merecían otra cosa. ¿O no? Lo veremos. La puesta en escena, con el debate transmitido por TeleMadrid, fue deprimente. Abrió la sesión «el Capitán Audaz» con un introito propio del siglo XIX y, de inmediato, la nota «progresista», la descalificación absoluta de sus enemigos. A partir de ahí, todos en su papel; incluidas todas.

Hubo, eso sí, dos sorpresas. La primera cuando el ex-vicepresidente del Gobierno desplegó un llamativo alarde de cifras, sobre los efectos letales del coronavirus. Curioso, después de más de un año ocultando y manipulando el número de víctimas; seguramente estos datos también lo estaban. La segunda, cerca ya del final, cuando el candidato del PSOE, afectado por un súbito ataque de verismo, advirtió angustiado a su colega de Podemos que les quedaban doce días para ganar conjuntamente las elecciones. Fue una declaración demostrativa de su compromiso de no pactar con los podemitas, a ningún precio. La confirmación palmaria de que Madrid, según venía repitiendo el mismo Gabilondo, se merece un gobierno decente, que no mienta. Resultó un magnífico ejemplo de autoexclusión y liberó a sus posibles votantes de complicidad en tan burdo engaño. ¿O no?

Dos días más tarde se produjo una tercera sorpresa. Como el ensayo televisado no había resultado atractivo, alguno temió que, en medios radiofónicos, aunque fueran tan neutrales como la SER, la cosa podía resultar peor. Así pues, aprovechando la ocasión suscitada por la actitud de Vox, ante una insólita campaña de amenazas, el «Capitán Audaz», animador del cotarro político, salió de estampida. Se acabaron los debates. No fuera a ser que se hablara, aún por casualidad, de algún tema importante. (Nada que ver con el lema de la candidata Higeia). Claro que la presidenta en funciones, curándose preventivamente de espanto, no había asistido a aquella cita.

El debate como medio de discusión formal, contraste de ideas y opiniones, apoyado en argumentos claros para la defensa de las tesis propias y crítica de las de los oponentes, requiere una exhaustiva preparación previa, saber escuchar y hablar. Mejor si se posee además capacidad dialéctica, brillantez en la exposición y agudeza en la réplica; siempre con respeto a la legítima libertad de opinión. El debate encuentra sentido en la oportunidad que ofrece para contrastar las propuestas de los distintos candidatos. O sea, los respectivos programas. Pero aceptada la «tierna» teoría de que se hacen para no cumplirlos, pierden su sentido. Se imponen entonces los monólogos cerrados, desde la percepción grosera de la realidad y la falta de respeto. Tales reuniones solo sirven para confrontar cuestiones personales, con gran arrogancia y ausencia completa de autocrítica. El debate, invitación rotunda y bella, en los versos de Antonio Machado, para evitar el dogmatismo impuesto: «Tú verdad, no; la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela», nada tiene que ver con estas prácticas a la moda.

El siguiente paso, al menos últimamente, es la delimitación de bloques herméticos e impermeables. Pero sobre todo maniqueos: la bondad es nuestra y la maldad ajena. Finalmente se entra en un juego de dudosa factura democrática; el aislamiento, mediante la implantación de un «cordón sanitario», que excluya a la formación política que se le antoje al promotor de este tipo de actuaciones. Sin embargo, es una medida de resultados no siempre acordes a los objetivos previstos, según demuestra la historia de las epidemias. Su eficacia suele ser más bien escasa e incierta. A veces los declarados contagiosos se libran de la contaminación de los supuestamente sanos y, más que damnificados, acaban siendo beneficiados. Si algo sufre siempre los efectos negativos de estas maniobras es la convivencia y la libertad de todos.

Con estos mimbres la actual campaña, salvo alguna sorpresa de última hora, ha sido un modelo de desprecio a la verdad y a la búsqueda del entendimiento; una oportunidad perdida desde Madrid, rompeolas y escaparate de las Españas, para apuntar algún propósito de regeneración en la vida pública. La agitación social, el incremento de las tensiones y el miedo al otro descartan la construcción de algún proyecto común, siempre deseable. Desde tales premisas, cualquiera de los aspirantes a encabezar la Comunidad de Madrid, solo podrá ser presidente, en el mejor de los casos, de poco más de la mitad de los madrileños.

Como «fin de fiesta» se ha puesto en práctica un género literario-intimidatorio acompañado de algunas balas. No se sabe a ciencia cierta, ¿o sí?, quién es o quiénes son autor-autores de tan bizarra maniobra. En su versión más «castiza» el objeto aterrador es una navaja, faca, chaira, charrasca, … o como quiera denominarse. En todo caso una amenaza intolerable. Hasta ahora, los investigadores han detectado un brote de imbecilidad en diferentes localidades del país, en las cuales parecen ubicarse los presuntos remitentes de las cartas. Por otro lado ha vuelto a manifestarse un episodio de «delirum monarquicida», pero se trata de un caso recurrente y conocido, de consecuencias poco preocupantes, salvo para el sujeto afectado.