Opinión

El cuaderno de Chapu Apaolaza: cuando Sánchez dice “nunca”

Notas del 30 de junio. Calor, indultos, macrobrote e intervención de Aitor Esteban, portavoz del PNV, partido recolector de España. Esteban, de natural tan fino en el lenguaje parlamentario (recuérdese la literatura de tractores cuando los presupuestos de Rajoy), ha advertido de que los jueces suplanten la voluntad popular y yo creo que sucede así, afortunadamente. Los jueces aplican la Ley que emana de la voluntad popular y es su máxima expresión. Esa voluntad popular de la que usted me habla nunca puede estar por encima de la Ley o en este país habría gente colgada por los pies de los tejados de las gasolineras.

El verano está para hablar de la voluntad popular y para hacer promesas sobre la unidad de España. Pedro Sánchez ha prometido que no apoyará un referendum de autodeterminación en España. ¿No se queda uno mucho más tranquilo? En realidad, el presidente ha aclarado que si los independentistas quieren un referendum, tendrán que cambiar el artículo dos de la Constitución Española, con lo que deberán convencer a tres quintos de la Cámara, y que el PSOE no apoyará la iniciativa “nunca jamás”.

Cuando Sánchez dice “nunca”, se paran los relojes, echan a volar las palomas y el mar se retira el mar de la costa dieciséis kilómetros. Nunca es un adverbio de tiempo y señal de que algo no va a pasar, de que no va a darse nunca y se enfatiza en “nunca jamás”. Sirvan de ejemplo “nunca pactaré con el populismo”, “nunca gobernaré con el apoyo de los independentistas” y sobre todo, “nunca indultaré a los condenados por el procés”.

El sanchismo es una de esas metáforas sobre el tiempo, un nuevo lenguaje que conjuga el futuro y el pasado de manera que cada momento funciona dislocado de los demás, y así nadie tiene que someterse a los mandatos molestísimos de la coherencia. Claro que se pueden observar algunos patrones, por ejemplo cuando Su Pedridad dice que algo no va a pasar “nunca” -más aún “nunca jamás”-, es señal de que ese algo ya se va acercando. Una de las paradojas de la matemática sanchista consiste en que diciendo que nunca habrá referendum de independencia, consigue que se abra el debate sobre si el referendum de independencia sucederá.

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