Cuba

El tacón cubano

«Para las izquierdas de España, Cuba es libre de ser o no una dictadura»

Los abajo firmantes, aquellos que en cuanto se despendola un desahucio, una vaca, nuestros vecinos marroquíes, qué sé yo, el lenguaje inclusivo, hacen tocar el campanario de twitter y desentierran a Franco, quedan mudos en cuanto la bota y el tacón cubano dejan su marca sobre la cara de los manifestantes. Es lo que Carlos Bardem y otros chicos del malecón de Madrid llaman «superioridad moral de la izquierda», o sea desligar al comunismo de su lista de pecados. Cuba es una dictadura anómala, como todas, desde hace seis décadas, pero más raro es aún que los gobiernos de izquierdas y sus palmeros vivan en una canción poética de Silvio Rodríguez -«Ojalá pase algo que te borre de pronto»- y no en otra del más juvenil Yotuel Romero, autor de «Patria y vida». La caída del muro atascó la simpatía de los llamados intelectuales hacia el totalitarismo del este, que ya había enfangado Solzhenitsyn y Kundera con poco éxito, pero nunca cesó la mirada benévola hacia las cadenas caribeñas, Venezuela, por supuesto, y, en la cima, Cuba, el paraíso, por más que bailaran tumbas Cabrera Infante o Reynaldo Arenas. Mucho ron y poco bofetón. Que estos animales de costumbres arcaicas continúen con sus ritos puede hasta comprenderse por su incapacidad de concebir una democracia que no sea un parto de puños levantados, pero que un Gobierno de España se divida entre los que no saben, no contestan y los que de forma nítida se ponen de lado del opresor nos deja un problema matemático de difícil resolución, en el sentido de que Cuba es una dictadura igual que dos más dos suman cuatro, no hay otra regla. Parte de la sociedad de allí se despierta de nuevo y lo que se le receta desde la atalaya de Occidente es que tome más dormidina para aplacar al monstruo del castrismo, desperezado en su papel de tapabocas. El relevo de La Habana es aún peor que el anterior aparato que contaba con la momia viviente, un símbolo al que adoraban millones, pero a falta de hacerse querer, Díaz Canel necesita aplastar con fuerza la revolución para que no desaparezca el miedo. El primer consejo del Ejecutivo evidenció que Cuba es libre mientras los Bardenes y las Belarras estén dispuestos a escupir sobre los fachas.