Empresas

Techo de cristal

Las regulaciones laborales establecen límites a la jornada laboral y, por tanto, no se autoriza (ni a hombres ni a mujeres) a que se comprometan a trabajar durante tantas horas

En un reciente hilo de Twitter, la economista Alice Evans desarrolla su explicación de por qué las mujeres sufren un techo de cristal. Según Evans, las posiciones directivas más elevadas van a parar a aquellas personas (hombres o mujeres) que están dispuestas a trabajar para la empresa durante un mayor número de horas. Dado que los hombres, en promedio, soportan una menor carga de tareas domésticas, las empresas anticipan que los hombres en general tendrán mayor disponibilidad horaria. Pero, ¿qué sucede con aquellas mujeres que pueden dedicarle muchas horas a la empresa (por ejemplo, porque su cónyuge sí se hace cargo de las tareas del hogar, como la crianza de los hijos)? ¿Por qué no señalizan creíblemente ante la empresa que están dispuestas a trabajar tantas horas como sea necesario para escalar? Pues porque en muchos países no se les permite: las regulaciones laborales establecen límites a la jornada laboral y, por tanto, no se autoriza (ni a hombres ni a mujeres) a que se comprometan a trabajar durante tantas horas. Pero si la solución a los techos de cristal pasa por eliminar las limitaciones horarias, ¿por qué no se eliminan ya, especialmente en aquellos países donde hay más gobernantes que son mujeres (como los países nórdicos) y donde puede existir una mayor sensibilidad con este tema? Pues porque muchas mujeres (que son en parte las que votan y escogen a las políticas) sí demandan esas limitaciones horarias: en particular, todas aquellas mujeres que se hacen sobreproporcionalmente cargo de las tareas del hogar y no aspiran a puestos directivos no quieren que se las pueda perjudicar con jornadas laborales aún más largas. Entonces, ¿la solución pasa por distribuir más equitativamente las tareas del hogar? En parte sí, pero hay otro problema: como actualmente los hombres son los que acceden a puestos directivos más elevados y mejor remunerados, desde la perspectiva de la economía familiar tiene sentido que sean ellos quienes dediquen más horas (mejor pagadas) a la empresa y menos al hogar. Se trata de un equilibrio subóptimo del que es complicado moverse: ojalá poco a poco las tareas del hogar sí se vayan distribuyendo más equitativamente y la libertad contractual vuelva a imperar para que cada persona, hombre o mujer, pueda señalizar creíblemente sus compromisos. Sería el fin de los techos de cristal.