Historia

En torno a la Conquista

España debatió con intensidad el trato a los indios, promulgó leyes de protección y castigo a las crueldades

El Papa, escucha Eloísa en la radio poco antes de acostarse, ha escrito una carta a la nación mejicana en la que invita a una relectura del pasado que incluya un proceso de purificación de la memoria, o sea, reconocer los errores cometidos en el pasado. Se refiere a la colonización por parte de los españoles, singularmente la Iglesia de entonces. No es la primera vez que un Papa pide perdón por los pecados de la Conquista. Tiene Eloísa buena memoria, y recuerda que a finales del siglo pasado, allá por el año 92, el Papa Juan Pablo II se refirió, en términos de arrepentimiento y solicitud de perdón, a los abusos cometidos por quienes no supieron ver en los indígenas a hijos de Dios. No lo ha olvidado porque ya entonces le pareció un despropósito falto de justicia, más basado en la leyenda negra que en la realidad de lo que España hizo y dejó en el continente americano. Le parece mentira que la cuestión se haya convertido de nuevo en asunto de disputa universal, pero encaja perfectamente con la corriente ideológica contemporánea de revisionismo puritanista de lo que somos y fuimos. Un puritanismo que juzga la realidad sobre plano, confundiendo mapa y territorio, presente con pasado, que convierte el especismo en religión y la historia en prolongación hacia atrás del presente. Que lo purifica todo reescribiendo la realidad con las herramientas intelectuales de las películas de dibujos animados. Ahí encaja la polémica sobre lo dicho por el Papa y leído por el obispo de Monterrey, que avivó la presidenta de Madrid al criticar la pública contrición de Bergoglio.

Inevitablemente, Eloísa recuerda aquella secuencia de “la Vida de Brian” en la que los judíos levantados contra los romanos, se preguntan, para animarse en la rebelión, qué han hecho por ellos, y desgranan una larga lista de logros nada pequeños, pese a lo cual -ya el absurdo ha jugado a favor de la comedia- siguen adelante en su empeño.

En los Estados Unidos llevan tiempo derribando estatuas de Cristóbal Colón, pero de momento no ha caído ninguna de Custer o alguno de los generales que con tanto afán se dedicaron al exterminio de los mismos indios con los que había convivido el conquistador español Cabeza de Vaca.

Cuando la Iglesia habla de purificar la memoria, ¿Se refiere a la de Fray Bartolomé de las Casas que en su disputa con Ginés de Sepúlveda sostuvo que los indios bien podrían gobernar a los españoles y enseñarles buenas costumbres? ¿O a la cédula de la Reina Católica, Isabel, rubricada en 1503 en Medina del Campo prohibiendo esclavizar a los indígenas? ¿O al sermón del dominico Montesinos hablando del pecado mortal por la tiranía utilizada contra los indios?

España debatió con intensidad el trato a los indios, promulgó leyes de protección y castigo a las crueldades: Medina 1503, Burgos 1512, Granada 1526, o las leyes nuevas de 1542 que decretaban el fin de la esclavitud en todo el imperio español, trescientos años antes de que los abolicionistas norteamericanos empezaran a pensárselo.

Sucede que nosotros, España, los españoles, navegamos bien en nuestros propios complejos. Tanto como para haber permitido que la Historia nos la escribieran los desafectos o directamente los enemigos.

Claro que hubo crueldad, claro que hubo imposición, muerte y exterminio, pero ese es el sino de los avances del hombre, de las conquistas de territorios y culturas.

Roma no ganó el mundo conocido pidiendo permiso. ¿Ha de pedir perdón su alcalde por la crueldad de las legiones en Iberia?

Le viene a la mente a Eloísa lo de aquel concejal de Podemos en Mijas que pidió que se cambiara la calle del Descubrimiento, por sus connotaciones imperialistas, y propuso como alternativa llamarle vía romana.

La aventura imperial española, eso que los más bobos ignorantes siguen llamando genocidio, empezó como un viaje comercial de descubrimiento, buscando el camino de las especias, y terminó siendo una acción de conquista política, territorial, y, sobre todo, religiosa, cuya consecuencia fue conformar el mundo presente. Un mundo que es hijo del pensamiento y la reflexión, pero también de la guerra y la ambición de hombres y mujeres que decidieron que había que cambiar. Líderes que movilizaron pueblos o que los explotaron, que mataron y fueron asesinados. Decírselo a sí mismo se le antoja a Eloísa un ejercicio intelectual casi insultante por innecesario, por obvio. Pero es que escucha cómo ante la polémica por la defensa de la “purificación” -qué miedito le da el término, cuánto lo asocia con la corrección de los que piensan por nosotros- hay quien vuelve a resucitar el fantasma fake del genocidio americano, de la crueldad de un imperio que parece haber sido el único forjado en lo que se forjan todos los imperios. Al único que se exige que diseccione su historia, que renuncie al mestizaje y la verdad, para participar de la construcción de una mentira que sólo interesa hoy a líderes políticos de escasa talla y ambiciones de poder populista.