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A Manolo Santana le hemos visto muchas veces por la tele, en cada partido, en cada jugada

Se ha muerto Manolo Santana, que era un señor al que veíamos por la tele. Yo no he visto nunca a Santana de cerca, pero le he visto mucho por la tele. Al principio, le veía disputar partidos de tenis, cuando en este país no sabíamos jugar al tenis. Sabíamos jugar al tenis como Mary Santpere, que Mary nos enseñó a darle a la raqueta como le vino bien a servidora: a sartenazos. Sonaba la raqueta como si hubieras pillado una paellera, pim, pam, y salía la pelota a tomar por saco y sin sentido. Ojo, que es muy difícil darle así. Luego ya lo perfeccioné y comencé a darle a la bola con el mango de la raqueta. La trayectoria era errática, pero nos reíamos mucho en aquellos veranos en los que jugábamos al tenis a mediodía, porque nos creíamos deportistas. A las tres de la tarde, bajo un sol infame, con cuatro nueces en el estómago para respetar la media pensión del hotel all inclusive sin pagar, tenis. Cayendo un sol de justicia, para ponernos morenos y llevar muñequeras, para llevar aquellas ridículas cintas en la cabeza. Las llevaba Arantxa, sí, pero en las nuestras ponía «I love Tina Turner», y acudíamos así a las tres de la tarde, para que nadie viera que éramos unos maulas. Porque a las tres no iba ni Perry, pero habíamos visto que la final de todos los torneos importantes en Europa se jugaban a las tres de la tarde. A Manolo le hemos visto mucho por la tele. En cada partido de Rafa, de Juan Carlos, de Carlos, de David. De Orantes, de Bruguera, de Corretja, de Gimeno, el gran Gimeno y sus magníficas retransmisiones. De Emilio, de Berasategui, de Arrese. De Conchita. De Garbiñe. De Carla. De Virginia y ahora de Paula. FEDERER. A Manolo Santana le hemos visto muchas veces por la tele, en cada partido, en cada jugada. También le hemos visto últimamente encorvado, dando pasitos pequeños, sin poder hablar, arrastrado a los torneos por un entorno que no quería proteger ni su imagen, ni su figura, ni su leyenda. Se ha muerto Manolo Santana y le debemos mil quinientos intentos con el tenis. Conmigo no hay manera, Manolo. Descansa, que esta bola va fuera.