Agricultura
Tormenta en el campo
La marcha sobre la capital estaba prevista antes de la guerra. No es una improvisación. El campo está asfixiado desde hace tiempo por el aumento de los costes de producción
Estamos en vísperas de la gran manifestación de los campesinos en Madrid. Más que una protesta airada, que también, es una rogativa, una petición de auxilio. La situación empieza a ser insostenible. Está quebrándose la capacidad de resistencia de los labradores, de los ganaderos, de los pescadores y de los transportistas. De seguir así las cosas, en poco tiempo dejará de estar garantizado el abastecimiento de alimentos en España. La guerra de Ucrania, en el corazón de Europa, y sus múltiples derivaciones en cadena no hacen más que agravar el problema, que viene de lejos. La marcha sobre la capital estaba prevista antes de la guerra. No es una improvisación. El campo está asfixiado desde hace tiempo por el aumento de los costes de producción, y, como detalle, nadie le ha agradecido siquiera, como se merecía, el esencial servicio prestado a la nación con el milagro de los supermercados llenos durante la pandemia.
Asistimos ahora a la tormenta perfecta. Se dispara el precio del gasóleo y de la energía en general, cuestan más los fertilizantes, la relación coste-beneficio aconseja dejar lleca la tierra y amarrar los barcos; con esta maldita guerra se interrumpe la importación de trigo, maíz y tortas de girasol de Ucrania (1.026 millones de euros el año pasado), con repercusión inmediata en el aceite de girasol disponible y en el coste del grano en las granjas para la alimentación animal. Esto repercutirá en el precio del pan, la bollería industrial, cervezas, conservas, carne de cerdo, de pollo, huevos… De paso se suspende la exportación de vino, aceite, aceitunas, etcétera al mercado ruso y ucraniano. Y, por si fuera poco, la pertinaz sequía, que nos retrotrae a los tiempos oscuros del racionamiento franquista, amenaza las cosechas a pesar de las recientes lluvias, a todas luces insuficientes en las anchas mesetas cerealistas.
No sé qué más tiene que pasar para que los dirigentes políticos, aquí y en Europa, se pongan las pilas y revisen con urgencia la actual política agraria y la política económica en general. El ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, puede que el más silencioso y competente del actual Gobierno, ha advertido con razón que esto «obliga a cambiar prioridades y replantear decisiones para asegurar el abastecimiento alimentario de Europa». Dos personalidades tan distantes como el expresidente Felipe González y el ex ministro de Agricultura de UCD, Jaime Lamo de Espinosa, han coincidido estos días en la necesidad de unos nuevos Pactos de La Moncloa ante la crítica situación. La gran manifestación del campo el domingo en Madrid es mucho más que una señal de alarma.
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