Marruecos
Neorrealismo por las bravas
Es la situación de la política española, en la que no se puede tomar ninguna decisión importante como no sea por las bravas, sin consultas con la oposición, ni debate en Cortes ante la opinión pública
Como es natural, caben muchas opiniones acerca de la decisión de Pedro Sánchez en la cuestión del Sahara Occidental. Difícilmente se podrá negar que responde a una posición realista. Los españoles tendemos a ver en Marruecos un país extranjero más, como cualquier otro situado más o menos lejos de nuestro país. No es así. Marruecos forma parte interna de la política española desde siempre, como lo demuestra el hecho de que la forma de salir del precario aislamiento fuera asumir responsabilidades no deseadas en la zona, tras la derrota de 1898 frente a Estados Unidos… La imbricación no ha hecho más que aumentar desde entonces, y se manifiesta en diversos campos estratégicos: territorio nacional y fronteras, seguridad, lucha contra el terrorismo, energía, pesca, flujos migratorios, tráfico de drogas (y de personas). Y aunque, precisamente por la profundidad y la amplitud de los intereses en juego, las relaciones siempre estarán sujetas a altibajos, España no puede permitirse vivir en crisis perpetua con Marruecos. Menos todavía cuando Marruecos, con una diplomacia inteligente, ha logrado el respaldo de Estados Unidos a su reivindicación en el Sahara. El gesto del gobierno español responde al reconocimiento de la singularidad de nuestra relación con Rabat, pero también a la búsqueda, sumamente sensata, de una nueva normalidad con Estados Unidos. También resulta algo crucial para las relaciones entre los dos países atlántico-mediterráneos.
Claro que el asunto tiene otras variantes. Alguna de ellas pintoresca, como es el lamentable papel al que Sánchez reduce a Unidas Podemos, que aceptan, como ha dejado bien claro Pablo Iglesias, un giro que va en contra de toda la tradición sentimental del comunismo español: se ve que la participación en el Gobierno resulta prioritaria en momentos de tan acusado declive. Siempre en clave de política interna, algo más de enjundia tiene la forma en la que se ha hecho pública y se ha negociado, la nueva posición. Tal vez la polémica desatada confirme a Pedro Sánchez en su convicción de que el paso que acaba de dar le sitúa definitivamente en el panteón de los grandes hombres de Estado europeos e incluso nacionales (aunque no creo que esta palabra le agrade). Lo que revela, más que eso, es la situación de la política española, en la que no se puede tomar ninguna decisión importante como no sea por las bravas, sin consultas con la oposición, ni debate en Cortes ante la opinión pública. La norma de despreciar cualquier diálogo la estableció el propio PSOE hace mucho tiempo. El caudillismo gustará a quien lo protagoniza y a sus amigos. También genera, como se está viendo, desgaste y pérdida de credibilidad. Marruecos no dejará de tomar nota. Y otro tanto hará Argelia.
Un último aspecto del asunto se refiere a la posición de España y, por extensión, de Europa en el mundo. Parece muy difundida la opinión según la cual la invasión de Ucrania ha reforzado la posición de Occidente, que ha sabido recuperar algo de dignidad. No está tan claro, sin embargo, y el «mundo libre» puede salir del envite de Rusia y de Putin más pequeño y con menor capacidad de influencia. No parece casualidad que la frontera sur de la Unión Europea requiera gestos de pacificación justo en este momento. El mensaje, en cualquier caso, ha sido inequívoco.
✕
Accede a tu cuenta para comentar