Gobierno de España

Malestar general

Empiezan a darse las condiciones, si no se pone pronto remedio a la situación, para que estalle una gran revuelta popular, una especie de huelga general encubierta

La primavera viene tormentosa. ¿Qué más nos puede pasar? La peste, el volcán, la guerra... y ahora los primeros efectos secundarios y demoledores: subida de precios, con especial repercusión en la electricidad, el gas y los combustibles, inquietud en el campo, que está con la soga al cuello, y en el mundo del transporte, que no puede más y solicita ayuda urgente para poder sacar los camiones a la carretera; amenaza de desabastecimiento en los supermercados, dificultades en la industria y en la construcción por falta de suministros, y un Gobierno desvencijado, enfrentado entre sí, que aparece bloqueado, que va a remolque y llega siempre tarde, con un presidente que no inspira ninguna confianza, sino todo lo contrario, y que parece vivir fuera de la realidad, instalado en una nube de autocomplacencia. Su última peripecia marroquí –¿conocía la carta el rey de España?– ha conseguido poner a todo el Parlamento en contra.

Es natural que la gente se queje. Pero los españoles, en contra de falsas leyendas, se quejan con moderación. Sólo los más fanáticos, de un lado o del otro, acostumbran a echar al Gobierno la culpa de todo, hasta de la sequía pertinaz, que es otra de las desgracias del campo este año. En cualquier otro país de nuestro entorno, hace tiempo que habría caído un Gobierno como el de Pedro Sánchez. Aquí resiste. Todo su empeño consiste en resistir, como hizo Franco, en agotar la legislatura pase lo que pase. Y lo que está pasando es grave, aunque no sea del todo, como digo, culpa del Gobierno. Aunque, si fuera verdad, con lo que está cayendo, que Sánchez aspira en serio a presidir la OTAN –a ver qué opina Biden– o el Consejo de Europa, habría que recurrir al esperpento de Valle Inclán y admitir que España sigue siendo una deformación grotesca de la política europea.

El caso es que se observa un malestar general que va en aumento a pesar del amodorramiento político de la gente y de los poderosos medios de comunicación que siguen haciendo de palanganeros oficiales. Empiezan a darse las condiciones, si no se pone pronto remedio a la situación, para que estalle una gran revuelta popular, una especie de huelga general encubierta, que podría llevarse al Gobierno por delante. Los sindicatos oficiales, subvencionados, cuya representación es más que discutible y que se parecen cada vez más a los sindicatos verticales del antiguo régimen, están demostrando estos días, sobre todo con la agitación del campo y del transporte, que son incapaces de canalizar y controlar la protesta social. Y así el remedio puede ser peor que la enfermedad.