Mascarillas

No es de este mundo

La moral propia, el ejercicio de una forma de vida en la que las afecciones de los plebeyos no son suyas y los negocios se hacen a costa de lo que sea

A Alexandra le parece que esta gente vive en una burbuja. O sea, en un mundo paralelo. O no tiene ni media falange de frente. O ambas, que a menudo caminan de la mano. En plena tormenta de Semana Santa, con los dos tipos de denominación de taurinas evocaciones –Medina y Luceño, como dos ganaderías o dos reses, ¿verdad?– recibiendo chuzos de punta como si de un paso sevillano de este año se tratase, por estafar al pueblo de Madrid con su negociete de las mascarillas, lee por ahí que otro de estos tipos de abolengo se ha ido a casar a Perú con otra muchacha de buena familia de la tierra, y se han montado una fiesta con esclavos y todo. Por lo visto debieron encargar a un propio que les ambientara la cosa en plan colonial, como reconstruyendo aquel Perú post conquista, y el ambientador no tuvo mejor idea que ilustrar la reconstrucción poniendo en el belén viviente unos cuantos indígenas cautivos con sus cuerdas, ataduras y no sé si latigazos también, aunque de esto último no hay constancia documental. Uno puede pensar que el matrimonio fue ajeno a semejante despropósito, lo cual indicaría muy poco compromiso con su propia ceremonia de enlace, pero debe ser que hacen con eso como con los hijos, que les dan el nombre y los cría una señora asalariada para tal menester. Así y todo, algo de atención se supone que debieron haber prestado. La otra opción es que sean tan cortos que no se dieran cuenta de la ofensa que un hecho así supone. Una cosa es reconstruir la historia y otra añadir al cuadro sus errores: se supone que es una boda, no una recreación científica; ofender con algo así en una ceremonia que celebra el amor y aporta lo mejor de uno mismo, es una estupidez insensible e ignorante. Pero es que su reino probablemente no sea de este mundo, piensa Alexandra. O quizá es que nuestros códigos plebeyos no gobiernan su moral. Será eso.

Le pasa lo mismo con el guaperas Medina de las mascarillas, el hijo de Nati Abascal y el duque de Feria, abolengo para un muchacho que como todos se ha de ganar la vida –como modelo parece que lo hacía– y a lo que se ve se ayuda chanchulleando con un socio más pillo aún que él y en plena emergencia nacional por un problema de salud pública que estaba matando ya a millones de personas en todo el mundo. Es también lo de la moral propia, el ejercicio de una forma de vida en la que las afecciones de los plebeyos no son suyas y los negocios se hacen a costa de lo que sea: el interés personal propio sobre lo profesional y hasta la circunstancia del otro, por muy acuciante o necesitada que sea o esté.

Escucha Alexandra en la radio que la funcionaria municipal encargada de vigilar y gestionar la compra de mascarillas al aristócrata Medina y a su socio Luceño, le ha dicho al juez que ella no sabía que eran comisionistas, sino que creyó que eran personas altruistas que generosamente ayudaban al pueblo de Madrid a través de sus representantes a obtener lo que en aquel momento era una necesidad vital en el sentido más amplio del término, y recuerda ella –esto si es hecho probado– que se dio cuenta de la estafa cuando vio unos guantes parecidos a los que se les había comprado a los pillos, pero de mejor calidad, vendiéndose a ochenta céntimos en un supermercado mientras ella les había pagado a dos euros el par. Cuando le exigió cuentas a Luceño, el tipo devolvió cuatro millones de los que el Ayuntamiento había soltado. En la misma información detallan también cómo el pillo plebeyo le había tangado al aristócrata gran parte de la comisión, puesto que habían decidido que el botín iba a partes iguales, pero el señor Medina sólo había cobrado un kilo y poco, frente a los seis del caballero Luceño.

Se pregunta Alexandra cómo es que siendo tan listos y tan exclusivos, se dejan engañar de esta manera. Y estima que será porque en su burbuja, en esa desde la que ven el mundo exterior como extrañamente lejano y algo sucio y con olor a sudor, no se imaginan que se la pueden colar o si lo hacen ya encontrarán la forma de resarcirse. O porque en realidad ni son tan listos ni tan exclusivos.

Es lo que le debió pasar a la parejita peruana que se ha vuelto viral en redes sociales a cuenta de la gracia de los esclavos en la boda. Es lo que creyó el señor Medina, libre ahí arriba de toda atención o engaño. El problema para este tipo de actitudes, para quienes se ven tan altos que no calculan que les lleguen las mareas, es que el mundo también está cambiando, la propia tecnología está borrando fronteras de clase. Es más, alumbrando una aristocracia de poder real que son las grandes tecnológicas que movilizan nuestros deseos y comercian con nuestras emociones.

El hijo pillo del duque de Feria y el nieto novio de los condes de Fuenteblanca todavía no se habían enterado. Hoy sí. Ellos ya sí.