Espionaje en Cataluña

El ruido y las nueces

¿Qué buscaban los independentistas llamando a la puerta de la potencia desestabilizadora europea?

Se pregunta Gabriel si el estrépito de gallinero en la izquierda a cuenta del espionaje a los independentistas es lo que parece, o sea un rechazo de los servicios de inteligencia como residuo institucional de las cloacas predemocráticas. Visto así, el juicio debería abarcar a todos los servicios secretos de todos los países del mundo. Aunque quizá estemos aquí también ante otro de esos casos tan comunes en la política española de embudismo militante: ese según el cual la ley que ha de imperar es la de las normas que no me perjudican y las instituciones válidas son las que se ajustan a mi guante ideológico o emiten radiaciones positivas en mi dirección. Para mí lo ancho y para ti lo estrecho, Ley del Embudo en su enunciado esencial. Porque cuesta imaginar que partidos de gobierno, como Podemos, Esquerra o Junts per Cat, estimasen prudente que un país soberano pueda renunciar a servicios de inteligencia o servicios secretos, aunque solo sea como barrera defensiva ante amenazas inciertas pero posibles.

También cabe pensar que sean tan insensatos como para creerlo de verdad, pero le resulta difícil a Gabriel considerar, pese a las pistas, tal hipótesis . Por definición los Servicios Secretos son secretos –es tan obvio, que hasta le irrita el pensamiento– y si dejan de serlo tampoco serán de inteligencia. Sin ellos, cualquier estado está desprotegido. De amenazas exteriores y también interiores.

Escucha Gabriel en la radio nombres y referencias de los contactos ya publicados entre emisarios del independentismo y funcionarios o empresarios de la órbita putinesca, en busca de soporte ruso al proceso catalán. Contactos que se mantuvieron hasta el año 2020 a través de reuniones en Moscú y en Barcelona. Nombres como el de Josep Lluís Alay, mano derecha de Puigdemont, que habría conseguido a través de la mediación de un empresario ruso afincado en Cataluña, Alexander Dmitrenko, contactar con agentes rusos, alguno cercano a Putin como Sergei Sumin. El mismo Alay que mediaría con Evgeni Primakov, un ex diputado de la Duma estatal y periodista de la cadena estatal Russia 24, para un trato especial con hueco y entrevista botafumeiro a Puigdemont en Russia Today y Sputnik. Esos medios, recuerda Gabriel, que hoy están vetados por manipuladores y falsarios en la Unión Europea.

¿Qué buscaban los independentistas llamando a la puerta de la potencia desestabilizadora europea? ¿Ese juego secreto si es admisible y seguirlo y defenderse de él antidemocrático? Para Gabriel hay una interesante cercanía argumental entre esa pretensión de dañar a un país y que éste peque si se defiende, y lo de estimar que facilitar armas a Ucrania frente a la invasión rusa es contribuir a la escalada violenta. Atacar está mal, responder, peor. Desestabilizar es malo, informarse sobre los planes de quien lo pretende, inaceptable y antidemocrático.

Recuerda Gabriel lo dicho hace unos días por la ministra de Defensa Margarita Robles sobre las sorpresas que para los propios agraviados podría acarrear una supuesta difusión de lo encontrado en las escuchas. Y piensa en lo que sabrá el CNI de esas conversaciones entre el independentismo y Rusia. O lo que podría haber descubierto sobre hechos tan curiosos, y acaso sintomáticos de por dónde va de verdad esto del espionaje, como que la organización Omnium cultural hubiera registrado ya el pasado mes de enero el nombre de Catalangate, con el que bautizó la investigación del Citizen Lab canadiense, recogida por el New Yorker, su informe sobre estos espionajes con Pegasus. O en torno a la intención o los objetivos de un tipo como Elies Campo, muy cercano a Puigdemont, y uno de los autores de ese informe y al mismo tiempo espiado él también.

El estallido de todo este asunto que los independentistas utilizan como ariete para debilitar aún más a este gobierno incapaz de gestionar la situación con un mínimo de criterio, puede, por todo esto, alcanzar a los incendiarios con su onda expansiva. Lo insinuado por la ministra iría en esa dirección. Los servicios secretos españoles, esos que parte del gobierno pretende que no sean secretos y a ser posible menos españoles, podrían tener pruebas irrefutables de esos contactos y su pretensión desestabilizadora. Habrían, entonces, hecho su trabajo. No sólo no sería censurable su actuación, sino que en su planteamiento y efectos tendría que ser considerada profesional y exitosa. Pero esto es solo una especulación.

Hay quien, conocedor desde dentro del mundo independentista, especula –según escucha Gabriel en la radio– con que entre los protagonistas de la película de espías que quisieron vivir los mediadores con Moscú, empieza a cundir un cierto canguelo ante la posibilidad de que realmente se sepa lo que pasó. Y la incertidumbre sobre lo que de verdad sabe y podría utilizar el gobierno.

En eso estamos, se dice Gabriel. Y piensa que habrá que empezar a separar el ruido de las nueces, y atender, entre las líneas de un debate político que interesadamente agita el independentismo y recoge el gobierno que lo necesita para seguir viviendo, a lo que pueda irse conociendo sobre el tenebroso episodio de intento desestabilizador de un país democrático por parte de un independentismo que, con el apoyo de una facción del gobierno de ese país, pretende señalar como criminales a quienes siguieron su pista para evitar la agresión.