España

Esa delicada frontera

El manejo de los tiempos por parte del régimen de Mohamed VI en la recomposición de relaciones está siendo tan evidente como incómodo para el ejecutivo español

Ceuta, ciudad española que, por si a alguien le cabía alguna duda nunca fue marroquí, vivía esta semana la descompresión que le ha devuelto a una cierta normalidad con ese trasiego de personas y mercancías entre dos vecinos del sur interrumpido bruscamente hace un año mediante una invasión de jóvenes y niños de esas a las que recurre el régimen alauí cuando decide dar una puntapié al avispero de la mutua relación. El martes se reabría la puerta fronteriza probablemente más complicada separando a la Unión Europea con uno de sus más delicados límites, si exceptuamos esos otros pasos del este ahora convertidos en corredores humanitarios por la guerra en Ucrania. Pero ello no supone ni mucho menos un carpetazo, ni a la siempre controvertida relación entre los reinos de España y de Marruecos –ahora caminando sobre el peligroso filo de las sospechas de espionaje al propio presidente del gobierno– ni a una reivindicación del estado magrebí respecto a la soberanía sobre Ceuta y Melilla cuya renuncia no se ha plasmado en negro sobre blanco en papel alguno ni tampoco se ha verbalizado tras la recuperación del mutuo buen tono diplomático derivado del inesperado cambio de posición del gobierno de Sánchez respecto al Sáhara Occidental.

El manejo de los tiempos por parte del régimen de Mohamed VI en la recomposición de relaciones está siendo tan evidente como incómodo para un ejecutivo español también dividido en esta cuestión, desde el anuncio casi unilateral en la resolución de la crisis abierta hace un año filtrando a la prensa ese cambio de postura español hasta las condiciones para la reapertura de unas fronteras con Ceuta y Melilla que, por quedarnos con la parte positiva, garantizan un recorrido de futuro económico ahogado en los últimos años y que inevitablemente habrá de convivir de forma permanente con la reivindicación soberanista de un régimen que, como todas los sustentados en la solidez de una dinastía, marca sus objetivos en el largo plazo y sin las urgencias del devenir político propias de democracias cuyos gobiernos sencillamente pueden cambiar cada cuatro años. El arriesgado giro español frente al Sahara bien valía un movimiento mas meridiano desde Marruecos respecto a nuestras plazas africanas, pero de momento habrá que conformarse con el buen manejo de la apertura de fronteras, nada menor en lo económico y en lo político, claro está, si esta vez sabemos gestionarlo.