Internacional

Solas

Hay principios universales cuya ausencia no puede ser aceptable como sujeto de intercambio cultural

Hay un nuevo dogma en la izquierda populista y censora que es el abrazo de la multiculturalidad. Se contempla como un fenómeno de tolerancia y respeto a la diferencia y ambiciona un mestizaje cultural en el que cada uno de los oficiantes brinda lo mejor de sí mismo en un amable y enriquecedor intercambio de sabiduría y experiencias. La bondad de este abrazo humanista es tan incuestionable como la razón feminista que ejercen los creadores o creadoras de la nueva religión del sí te creo solo por el hecho de ser mujer. Que está muy bien, pero deja entrever algunos hilillos de intolerante injusticia que lo hacen difícilmente conciliable con un discurso de razonamiento medio. En estos días están confluyendo ambos dogmas, porque hay mucho ejerciente de la bonhomía del culturalismo que al mismo tiempo expresa cierta radicalidad en sus planteamientos feministas. Y es interesante esa confluencia porque revela bastante bien la simpleza esencial de ambos dogmas cuando se defienden sin digerir o se pretenden imponer sin atender a rincones o matices.

El asesinato por sus propios hermanos, con la complicidad de su padre, de dos mujeres pakistaníes que vivían en Cataluña, nos ha sacudido a todos: partidos, instituciones, ciudadanos…nos hemos llevado las manos a la cabeza escandalizados por la cercanía de una práctica que en el país de origen de estas mujeres es habitual. Y no hablo del asesinato, que obviamente se castiga, sino del matrimonio forzoso, que está en el origen del crimen familiar. La imposición del matrimonio es algo común en el mundo islámico. El castigo a la mujer que osa oponerse se produce siempre. En distintos grados, pero siempre.

¿Hemos de aceptarlo en nombre de la multiculturalidad? En España, como en otros países del mundo, la tolerancia con los intolerantes en nombre del multiculturalismo está creando comunidades cerradas que son prisiones para muchos de sus habitantes. Sobre todo si son mujeres. Y la izquierda sigue defendiéndolo sin detenerse a analizar cómo se vive en esas comunidades, porque es «su cultura» y hay que respetarla. Es un error. Más aún entre quienes se definen feministas y señalan con el dedo acusador a un padre mientras defienden que su ex mujer se lleve a la fuerza a su hijo, y al mismo tiempo entienden y hasta alojan en sus filas a las mujeres que cubren su cabeza con el hiyab, que es un velo de respeto que indica la sumisión de la mujer al hombre, ya sea su marido o su padre.

Hay principios universales, fruto del progreso de la humanidad, cuya ausencia no puede ser aceptable como sujeto de intercambio cultural. Si estimamos intolerable que una mujer pueda sentirse cohibida, y se legisla como agresión ¿por qué entendemos como libertad que muestre público sometimiento?

Leo que en Barcelona se ha impulsado, con apoyo y no sé si aplauso público de la feminista y multicultural Ada Colau, un gimnasio para musulmanes en el que las mujeres practican en un lugar distinto a los hombres y sin despojarse de los atributos de inferioridad que marca la ley islámica. Es su cultura.

Qué solas las han dejado.