Pedro Sánchez

Una dulce violencia benéfica

Para quienes han redactado y se disponen a respaldar con sus votos la Ley de Memoria Democrática, hay dos violencias: una buena y otra detestable

La Exposición de Motivos del Anteproyecto de Ley de Memoria Democrática preconiza el reconocimiento de «la dignidad de las víctimas de toda forma de violencia intolerante y fanática». Hay por tanto violencia «intolerante y fanática» y otra que no lo es o, más precisamente, que es «tolerante y ecuánime». El error puede ser atribuido a un lapsus, fruto a su vez del completo desconocimiento del español que muestran los redactores de la Exposición de Motivos, que, dicho sea de paso, y solo por su longitud, encaja mejor en el género del ensayo o del panfleto que en cualquier otro de índole legislativa. Bien es verdad que el contenido de la Exposición corrobora la sorpresa primera. En cuanto a la «memoria» que se pretende cultivar, resulta sumamente selectiva. Tan solo habla de la violencia ejercida por quienes no estaban en el campo de la izquierda. Y eso no solo en cuanto a nuestro país. La referencia temprana –y bienvenida– al Holocausto no se acompaña de ninguna otra referencia al exterminio en masa practicado por los regímenes comunistas…

En otras palabras, sea lapsus o no, lo cierto es que para quienes han redactado y se disponen a respaldar con sus votos la Ley de Memoria Democrática, hay dos violencias: una buena y otra detestable. Superada la fase de negación, entramos en la afirmación positiva. Es cierto que la izquierda –por así decirlo– ha ejercido la violencia, pero lo ha hecho de modo dulce y benéfico. ¿De qué otra manera debemos comprender esa violencia tolerante y ecuánime? Como es natural, las víctimas de esta violencia dulce no lo son en verdad. Más bien están en la obligación de agradecerla. Al fin y al cabo, se trataba de inculcarles valores tan nobles como la tolerancia y la ecuanimidad, que a todas luces desconocían. De la afirmación deducimos también que los generosos autores de este proyecto de Ley están dispuestos a seguir aplicando la misma pedagogía en años venideros. El proyecto, como es bien sabido, cuenta con el apoyo de quienes no condenan la violencia nacionalista, modelo de tolerancia y ecuanimidad. Y levanta toda una batería de medidas, disposiciones y departamentos de nueva creación, centinelas insomnes –héroes auténticos– encargados de que esa misma violencia siga ejerciéndose en el futuro.

El proyecto de ley, por tanto, no se dispone solo a blanquear la violencia ejercida por la izquierda española en su larga historia, algo que al fin y al cabo solo esa misma izquierda, o los alucinados que se consideren sus herederos, puede tomarse en serio. También dicta lo que las futuras generaciones de españoles habrán de pensar acerca de su presente y su futuro. Por eso el proyecto va mucho más allá de la cuestión de la «memoria» y afecta de pleno a la cuestión de la identidad, de la identidad del país, que es a lo que se dirigen siempre estas normas. De la larga y fecunda historia constitucional española, por ejemplo, sólo se tienen en cuenta tres textos, además del del 78 (que el propio proyecto se encarga de desacreditar una y otra vez). Todo lo demás, incluidas las dos constituciones de consenso liberal de 1837 y 1876, se merece la violencia dulcísima, esa violencia tolerante y ecuánime que está configurando la España plurinacional y republicana de Sánchez y sus amigos populistas y nacionalistas. Gracias, gracias…