Política

Fin de curso

El posible efecto beneficioso de los cambios en el partido para acabar el curso decorosamente se ha diluido; ha durado unos días

La sentencia de los ERE ha sido el colofón de un horrible curso político, en el que se han sucedido las negras oleadas de forma desoladora. No ha faltado de nada: de la pandemia a la guerra; de la gran nevada, al volcán de La Palma; de los pavorosos incendios, a los precios disparados… Un Gobierno errático e inconsistente, dividido internamente, sin peso ni categoría, ha hecho frente como ha podido a los retos que se le iban presentando. Ha dado la impresión durante todo el curso de que iba a remolque de los acontecimientos improvisando sobre la marcha y con el único propósito de apretar los dientes y aguantar en el poder. El experimento de la coalición de izquierdas ha aportado algunas medidas sociales apreciables para paliar la crisis, pero, en conjunto, ha fracasado. A la oposición no se le ha tenido en cuenta, sino para criticarla y despreciarla. Los éxitos del PP en las elecciones regionales de Madrid, Castilla y León y, sobre todo, Andalucía, bajo el mandato de Núñez Feijóo, hacen que el curso termine con la sensación de un final de trayecto y un cambio de ciclo político a la vista.

Corría por Hollywood en los años 40 entre los guionistas el siguiente diálogo: El magnate pregunta al aspirante a consejero: «Necesito a un hombre que sepa decir “No” cuando yo diga bobadas. ¿Es usted ese hombre?». El aspirante responde: «No». Es lo que ocurre en La Moncloa. Los contratados para asesorar al presidente le dicen siempre que sí, le engañan con la mejor buena fe, y así les va. Los dos argumentos que manejan para evitar que los populares alcancen el poder han perdido la razón de ser, ya no tienen virtualidad. El primero es el trampantojo de «que viene la ultraderecha». Ese espantajo no quita ya votos al Partido Popular sino que favorece su mayoría absoluta, como se ha visto en Andalucía. El otro argumento es el de la corrupción de la derecha y esa idiotez de la superioridad moral de la izquierda. Después de la sentencia del Supremo sobre los ERE, ¿qué candidato socialista se atreverá a hablar de corrupción en la campaña electoral?

Por todo lo dicho, la condena de los dirigentes andaluces ha sido un hachazo para el PSOE, que ha reaccionado poniendo en cuestión la imparcialidad política de la Justicia. La sentencia ha destrozado de un plumazo el último plan renovador de Sánchez, ese voluntarioso «ir a por todas». El posible efecto beneficioso de los cambios en el partido para acabar el curso decorosamente se ha diluido; ha durado unos días.