Ahorro de energía

Solidarios a tiempo parcial

Etelvina es de las que creen que si uno brinda su apoyo lo tiene que hacer con todas las consecuencias: si le das la mano a un amigo para que se levante, lo normal es que sientas su peso

Tiene Etelvina una inquietud que le bulle por dentro como un mal presagio. Hasta miedo le da a veces de su propio miedo. Y no es por el hielo que dicen que se acaba, como pasó con el papel higiénico al principio de la pandemia, sino más bien por el fuego que parece rodear la tierra según una fotografía que ha visto esta mañana en internet: un globo terráqueo envuelto en una especie de cáscara anaranjada y blanda en cuyo interior la tierra sufre unos calores que secan los campos y avivan los fuegos. Parece como si una suerte de alianza apocalíptica hubiera conjurado a lo peor de la condición humana y lo más dramático de su obra depredadora, de modo que, ante un abismo de guerra europea con amenaza de guerra mundial por Oriente, la atmósfera acompañase con las consecuencias desastrosas de la continuada acción contaminante de nuestra especie. Porque ni la Tercera Guerra Mundial es un imposible, ni las consecuencias del cambio climático van a esperar más para hacerse notar.

De momento lo que hay es un recorte de consumo de energía en Europa. Desde Gibraltar a Finlandia, de Irlanda a Bulgaria, la Unión se prepara para afrontar un invierno crítico con el corte de gas por parte de Moscú que tiene entre sus planes estrujar el cuello a Alemania para asfixiar a toda la Unión. Lee Etelvina que desde algunos países ya se aprieta a Zelenski para que acepte un alto el fuego y empiece la negociación, y se entera por la tele de que los chinos estarían dispuestos a mediar entre Kiev y Moscú porque, según un prestigioso diario internacional de Pekín –que antes fue prensa libre y hoy sigue vestido de tal, pero bajo riguroso control del gobierno– China tiene muy buena relación con los dos países. El fin de la guerra en Ucrania seguramente aliviaría la presión de Rusia sobre Europa por la vía de cortar o racionar el gas. Y eso es lo que desea la Unión por encima de todo, porque una cosa es ser solidario con el pueblo ucraniano y otra es perder calidad de vida. El personal, en general, es muy solidario, muy de dar el corazón, siempre que del bolsillo no haya que sacar mucho.

Etelvina es de las que creen que si uno brinda su apoyo lo tiene que hacer con todas las consecuencias: si le das la mano a un amigo para que se levante, lo normal es que sientas su peso, y hasta que te duela si le tienes que izar a pulso. Pero predicar no es dar trigo y mucho menos si es de tu cosecha. Le parece que en este mundo interconectado, hiperinformado, capaz de unir en un segundo dos puntos en las antípodas, hemos perdido el generoso privilegio de la solidaridad. Ni la de especie parece que nos queda. Los caballos huyen en manada ante un peligro inminente porque saben que en grupo son menos vulnerables. Los humanos somos solidarios y actuamos en grupo hasta que algo de lo que tenemos se pone en riesgo: entonces procuramos que el otro sea el que caiga.

El hielo empieza a faltar dicen que porque es muy caro fabricarlo por la subida del precio de la luz. Y se pregunta Etelvina qué tendrá eso de cierto si, como sucede con cualquier otro producto, puede subirse su precio y no dejará de tener mercado. Pero quizá esté equivocada, porque también creía que ante la invasión de Ucrania por Rusia, Occidente mantendría una determinación de acero contra el invasor, y al final va a ser éste el que marque las agendas y disemine los miedos entre los aliados de los agredidos hasta el punto de que empiecen a gritarles que lo dejen ya y se pongan a hablar antes de que la solidaridad llegue al extremo de pasarlo mal los solidarios.

No ayuda a mantener la serenidad la que se está liando al norte del Mar de la China. Taiwán, que es un país independiente y rico, occidental y democrático, que lleva años soportando la presión de la dictadura de Pekín contempla con justificado temor la posibilidad de que finalmente la poderosa potencia económica y militar de la que se desgajó allá, por la primera mitad del siglo pasado, invada su territorio y se desencadene algo aún peor que lo que estamos viviendo en Europa. A Etelvina eso también le acongoja. Y le dirán, alguno lo hace, que es una exagerada, que se está autoengañando y metiendo miedo, pero si uno cuenta dos y dos y lo multiplica por dos le sale ocho, se ponga como se ponga.

Pone la radio y escucha la pequeña batallita política en la Comunidad de Madrid a cuenta de la negativa de la presidenta Ayuso a acatar la norma sanchista de apagar las luces públicas para ahorrar. Y piensa Etelvina si eso no le estará beneficiando al Gobierno más que a la propia presidenta porque quizá estas sean del tipo de medidas que el personal en general no ve con muy mal ojo. Lo que sí le parece, y ahí se queda, es que no resulta precisamente ejemplar en estos tiempos de solidaridad tan necesaria como difícil de encontrar.