Partidos Políticos

Movilizar

La izquierda, sin embargo, experta en el asunto, sabe que ahora, cuando no moviliza a su electorado, pierde elecciones. Por eso agita constantemente

La movilización política preocupa a izquierdas y derechas españolas (algunas, españolas a su pesar). Se queja la derecha conservadora, incluso la liberal: «Con lo mal que están las cosas, y la gente no se moviliza, no protesta, no sale a las calles… ¡No hacen nada, se merecen lo que les pase!». Ese lamento demuestra que las derechas (excluyo a la derecha dura independentista catalana), no han aprendido demasiado de la historia ni de su experiencia de gobierno. Parecen no tener ni idea de cómo se movilizan las masas, y siguen atormentándose, en su frustración indignada, con el producto manufacturado de un taciturno maridaje entre su temeraria ingenuidad y el más supino desconocimiento, valga la redundancia, de la leyes de la agitación y la propaganda. Critican que los ciudadanos no protesten cuando ellos creen que deberían hacerlo. No saben que, excepto quizás en Sri Lanka –y ni siquiera–, nadie sale a la calle dispuesto a liarla de forma espontánea: porque las protestas callejeras –¡todas!– están «organizadas», promovidas, conducidas, sembradas… Ignoran, además, que para organizar protestas hacen falta recursos (dinero) y agentes alborotadores (voluntarios, mercenarios, concienciados…).

La izquierda, sin embargo, experta en el asunto, sabe que ahora, cuando no moviliza a su electorado, pierde elecciones. Por eso agita constantemente; su supervivencia depende de mantener a los votantes brincando de pura excitación, aferrando su papeleta electoral. ¿Es que el votante de izquierdas necesita ser fustigado y de ahí la propaganda constante, el exabrupto, la provocación tenaz de sus líderes…? Pues no mucho más que el de derechas…

El independentismo inmoderado catalán precisa asimismo de votantes activistas. Y ahí tenemos al señor (digamos) de la guitarra que hace poco interrumpió nauseabundamente el minuto de silencio dedicado a las víctimas de los atentados yihadistas del 17-A en Barcelona. Su guitarra podría ser símbolo de esa vocación de acción ideológica que tapiza el fondo de amplias opciones parlamentarias. Tal guitarra es la clave de su dedicación creyente, su implicación, su intensidad política. Pues hasta ese personaje incalificable intuye que, para que baile (vote) el ciudadano, hay que tocarle música.