Política

Alimentando el odio

Anda el independentismo catalán a la greña recogiendo el fanatismo del veneno que sembró

La Diada del 22 no ha sido la de las sonrisas (en realidad nunca lo fue), sino la del fracaso, el enfrentamiento y el odio. Siempre abundó en tal celebración bastante de todo eso, solo que antes era contra el PP, los castellano-hablantes (por cierto, la mayoría en Cataluña) y los que piden que no se discrimine a nadie por razón de lengua o ideología. Las primeras Diadas de la transición democrática fueron integradoras y de unión. A partir de cierto momento, el nacionalismo degeneró en independentismo supremacista y las manipuló hasta el extremo de insultar a los asistentes que disentían mínimamente de la ideología única preponderante. Y ha ocurrido esta vez que hasta el president de la Generalitat, el molt honorable Pere Aragonés, decidió no acudir a un acto en el que sabía iba a ser objeto del asedio por parte de aquellos indepes, más ultras que él, que han sido apremiados en la inquina fóbica por el abominable Puigdemont. De modo que, a falta de Aragonés, leña contra Junqueras, al que Jordi Sánchez llama «indocumentado» y «mentiroso», y la ANC lo anatemiza. El independentismo a la greña recogiendo exactamente el fanatismo del veneno que ha sembrado. El discurso del odio casi siempre es de ida y vuelta, y acaba arrastrando a quienes lo practican. El problema es que de la inquina se pasa al insulto y de éste a la violencia. La noche anterior a la Diada, en la Fossar de les Moreres, empezaron a gritos y acabaron a puñetazos, cargando al final contra una fotoperiodista de TVE que cayó al suelo de una bofetada, según las crónicas.

Todo tan lamentable como las diatribas que estos días circulan por las redes contra la difunta Reina de Inglaterra, a la que los más exaltados tildan de obediencia masona y de dejar un legado colonial de guerras y sangre, reprochando que aquí la adoremos como si fuese nuestra propia soberana. Cierto que era la Reina de Gibraltar, y que nunca sintió por la cultura hispana demasiada simpatía. Antes al contrario. Inglaterra y España han sido enemigos históricos en lo cultural, en lo político y en lo militar, pero al César lo que es del César, y a la Reina Isabel (no la Católica, que es la nuestra de verdad) hay que reconocerle su neutralidad, empaque y prudencia, su contrastado sentido del deber, el ejemplo que ha sido para otras dinastías y que jamás protagonizara escándalo público alguno, pese a su descendencia convulsa.

Pero a los agitadores de la soflama y el desdén les da igual. Siembran odio y recogen odio, en las redes o en la Diada. Algo que lleva al extremismo. Con el odio nunca se progresa ni se construye. Cataluña fue la región más avanzada de España en lo cultural y en lo económico. Hoy ya no lo es. La mejor literatura en castellano ha salido durante décadas de Barcelona. Ahora la Generalitat separata penaliza a los que escriben en español. Si rotulas tu comercio en castellano vas a tener un problema. Si pretendes que tu hijo aprenda bien la lengua de Cervantes, amén del catalán, serás tildado de lo peor, te insultarán en las redes e incluso inundarán con pintadas la puerta de tu casa. Un tipo de persecución cruel rayana al fascismo.