Internacional

El viñedo más pequeño del mundo

«Es un vino psicológico que adopta la apariencia de la persona que tiene enfrente»

Hay gente apasionada y luego está Tullio Masoni. Es el dueño del viñedo más pequeño del mundo, localizado en Reggio Emilia, en una terraza del cuarto piso de un edificio del centro. Solo produce 30 botellas al año, por lo que se ha convertido en un bien exclusivo valorado en unos 5.000 euros. Masoni reconoce que cuidar de sus viñas es agotador, porque hay que subir «escalones empinados como en las ermitas más inaccesibles: llegar a cima es un logro de la fe». Eso sí, sin viñedos alrededor, «viven en total armonía, sin enemigos y, en consecuencia, sin necesidad de fungicidas». Tener el viñedo más pequeño del mundo es un arte y una provocación, «quería demostrar que el buen vino se puede hacer en cualquier sitio, siempre que lo haga un soñador». Masoni me describe una de sus jornadas recientes: fue a Verona a ver «Turandot», y al llegar a casa, «recogí y prensé las uvas, haciéndolas escuchar “Nessun dorma”. El mosto burbujeaba al percibir la fuerza de esas arias y parecía cantar junto a esas notas: todo esto estará en las botellas de la añada 2022».

Admite que al principio de su aventura lo regalaba «a los que necesitaban la suerte o a los que ya lo tenían todo, luego las peticiones aumentaron año a año y el precio para calmar la demanda cada vez mayor subió a 5.000 euros (podría volver a aumentar), advierte, y con muy buen humor se compara con Christine Lagarde, subiendo los tipos para frenar la inflación...

No he tenido el gusto de probar su cosecha y no sé si sería capaz de llegar a esta conclusión, pero para Masoni, es un «Sangiovese explosivo que abofetea el paladar y perfora las papilas gustativas por su carácter agresivo. Es un vino que vuela más allá de la enología que conocemos». Es más, añade que el suyo es “un vino psicológico que adopta la apariencia de la persona que tiene enfrente y saca a relucir el ego que encierra la persona que lo sorbe, por lo que recomiendo no beberlo para evitar sorpresas desagradables. Mejor tener la botella a la vista en una estantería y que sea motivo de discusión con los amigos».

Finalmente, hablamos sobre la invasión rusa y el futuro de la autosuficiencia. «Incluso el vino es una guerra, ¡la naturaleza convertiría el mosto en vinagre si se lo permitiera! En cambio, para hacer vino hay que luchar contra este proceso natural igual que debe hacer la política: ¡pasar siempre al ataque como hago yo!», concluye.