Opinión

La cara oscura de Halloween

Hollywood exportó Halloween a España y a otros países, una fiesta de origen celta que los emigrantes irlandeses llevaron a los EEUU a principios del siglo XIX. Después, y de la mano de la factoría del cine, devolvieron la visita popularizándola entre nosotros. El punto de ignición de su fama fue la película de terror «La noche de Halloween» dirigida por John Carpenter y estrenada en EEUU en 1978, ambientada en esa vigilia del 1º de noviembre, cuya denominación ya está incorporada a nuestras costumbres para designar también esta fecha. La película fue un extraordinario éxito de taquilla, creando escuela en el género de terror, siendo reconocida incluso por su gran influencia cultural y social.

La denominación «Halloween» procede de la contracción «All Hallows evening», que literalmente es la «Víspera de Todos los Santos» en el calendario litúrgico cristiano. De ese origen celta, reconducido posteriormente por el cristianismo, la actual acusada secularización de nuestra sociedad ha facilitado que vaya desplazando progresivamente a nuestra tradicional fiesta cristiana de esta fecha, que da comienzo, a su vez, al mes dedicado a ofrecer sufragios por las almas de los fieles difuntos.

Precisamente esta mixtificación de la conmemoración religiosa de los difuntos con las antiguas tradiciones de pueblos celtas y ahora con guiones cinematográficos de terror, ha dado lugar a todo tipo de cultos esotéricos, con invocación de espíritus protectores y malignos, convirtiéndose Halloween también en una noche satánica por imprudencia ignorante, o con plena conciencia de personas y sectas. Es una grave y terrible realidad que al socaire de esta fiesta se celebren misas negras, se efectúen profanaciones de sagrarios –por parte de quienes sí creen en la presencia real de Dios en la eucaristía–, sacrificios de animales e incluso de niños ofrecidos a los demonios que, al igual que las meigas, «haberlos haylos».

Quizás el mayor éxito alcanzado por el diablo sea que el actual ilustrado y racionalista mundo no crea en su existencia, pudiendo actuar amparado en la impunidad que esa increencia le otorga. La inocencia de los niños –con la ignorancia de sus mayores– con sus disfraces de demonios, calabazas iluminadas y todo el ritual que le acompaña, es ocasión propicia para que esos «espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas», tengan en Halloween una ocasión propicia para sus maléficas conjuras. Testimonios de los exorcistas verifican esta oscura realidad que coexiste en una celebración que los cristianos dedican a todos los santos y a sus queridos difuntos, mientras «la mona de Dios» –Satanás– la apropia para sus terribles fines.