Política

De cohetes y macarenas

Macarena pronuncia la palabra con ese verbo que es casi un trance como de entornar los ojos, clavarse de rodillas y pronunciar palabras en idiomas que ni uno conoce

Traigo apuntado en mi cuaderno que cuando era un crío, lo que más gracia me hacía de los cómics de Asterix era que los galos temieran que les cayera el cielo sobre la cabeza. Pero hombre, me decía, eso cómo va a ser si el cielo es solo aire. Hoy me he acordado de esto cuando nos ha sobrevolado hasta tres veces un cohete chino no tripulado y fuera de control. A cada órbita, pasaba a una altura más baja y yo ya me lo imaginaba arrancando los calzoncillos de los tendederos de las azoteas de Cádiz. Hasta 300 aviones modificaron su ruta en España, no les fuera a dar un cohetazo. Cohete chino no tripulado sobre nuestras cabezas define alegóricamente esta existencia nuestra, siempre al albur de las cosas que nos acechan, que nos golpean, las cosas chinas no tripuladas o de otra nacionalidad y naturaleza que nos pueden caer encima. El cohete se presenta aquí como una versión espacial del tiesto sobre la cabeza del viandante, que es la representación de la mala suerte por la mera y trágica coincidencia posible en tiempo y lugar de las trayectorias del tiesto y la coronilla del pobre humano. Allá va la nave espacial inservible a pegar nadie sabe dónde, a deshacerse, sumergirse, desintegrarse, a fenecer para siempre como un ataúd de algo. Oh, cohete chino fuera de control, que caes a las once de la mañana hora española en el Pacífico Sur –y haces «plof», me supongo–, dime qué transportas en tus entrañas, si un cataclismo, un candidato del PSOE a la alcaldía de Madrid o una talla policromada de Macarena Olona.

Esta vez, Olona ha olonizado en rueda de prensa en Madrid para presentar una fundación que busca promover una iniciativa popular por la igualdad; la otra igualdad, me refiero. Macarena Olona se erige en Irene Montero de derechas, némesis de la marquesa de Galapagar. Una de ellas cree que todo es machismo –cohetes fálicos sin control, por qué no–, y la otra que todo es invención del feminismo. En medio de las dos hay un montón de gente mirando al cielo a ver que les cae esta vez, si chatarra espacial u otra cosa. El deje celestial de Olona está muy claro, empezando por el nombre. Hay quien lo entiende y quien no. Mi hija mayor se llama Esperanza Macarena y en el bautizo, el cura de Pamplona dijo que tenía «nombre de telenovela».

Digo que Olona posee el don de las apariciones, un poco en visión mariana de la derecha populista que nadie sabe muy bien cómo ha sido. Lo mismo le pasa a Yolanda Díaz, siempre de madre amantísima yendo nadie sabe muy bien a dónde y caminando a medio metro del suelo. Entonces, Macarena pronuncia la palabra con ese verbo que es casi un trance como de entornar los ojos, clavarse de rodillas y pronunciar palabras en idiomas que ni uno conoce (a esto le dicen xenoglosia). Habla tan claro, tan preciso, tan lento y tan susurrando que no sabe uno si le va a recitar el artículo Dos de la Constitución o a soltarle un cate.

A Andalucía llegó de morena de la copla de Julio Romero de Torres y aquí la tenemos con vestido blanco funcional, cuello cerrado casi de cosmonauta y el pelo de la princesa Leia de la derecha sin complejos, en fin de emperadora cósmica de la vía láctea de Salobreña.