Política

El mandarín de La Moncloa

Lo tiene todo atado y bien atado, como en los viejos tiempos de perseguida memoria

Dice Miguel Espinosa en «Escuela de mandarines»: «Los mandarines saben que la Gobernación sólo tiende a permanecer; en último extremo, la política es la simpatía del Poder hacia sí mismo». Lo escribió sin conocer a Pedro Sánchez –tenía éste ocho años cuando murió el agudo escritor–, pero lo ha clavado. Existe la impresión, muy compartida, de que el objetivo principal que persigue el actual presidente del Gobierno en su acción política es el de permanecer a toda costa en el Poder. Y lo hace por irresistible simpatía hacia sí mismo. Nadie, ni sus más sinceros y honestos colaboradores, le podrán hacer ver que la realidad no coincide con sus sueños narcisistas. Y, lo que es peor, la mayoría de los que lo rodean y los más fanáticos y sometidos militantes le bailarán constantemente el agua.

Dentro de su partido, la deriva sanchista preocupa cada vez más. Sus últimas concesiones legales a los insurrectos políticos catalanes y el fundado temor a que existan otros compromisos pendientes con ERC inquietan sobre todo a los dirigentes regionales ante los comicios de mayo. Pero lo que está pasando trasciende el interés electoral inmediato. La actuación política del mandarín de La Moncloa desfigura, a juicio de los dirigentes históricos, el rostro del socialismo español hasta hacerlo irreconocible. Pero nadie hará nada. La momentánea pacificación de Cataluña, el rechazo a la derecha, el temor a ser excluidos de la lista y el apoyo de medios poderosos impiden la insurrección interna contra el sanchismo.

En cualquier democracia parlamentaria de nuestro entorno –imaginemos el Parlamento británico, por ejemplo– habría a estas horas, en el grupo parlamentario del Gobierno, una revuelta democrática con un montón de votos en contra de la reforma de la secesión, y de otros disparates legales, relacionados con la memoria histórica o con la ideología de género. Pero aquí no pasa nada. Rige la sumisión interesada. El mandarín lo tiene todo atado y bien atado, como en los viejos tiempos de perseguida memoria. No va a ser fácil echar a Sánchez, porque ha eliminado la disidencia interna, marginado a los críticos, silenciado a la vieja guardia y cerrado el paso a cualquier relevo decente. Basta contemplar la humillante foto de la sumisión de los pequeños mandarines regionales. (Mandarín, conviene aclararlo, proviene de la época imperial de China y derivó en un término despectivo que surgió en los ambientes existencialistas de la posguerra y que se aplica a los políticos y altos funcionarios arrogantes y autoritarios que miran más por su provecho personal que por el desarrollo y el futuro de su país).